Las elecciones del pasado jueves 21 arrojan de nuevo unos resultados que dan la mayoría absoluta en número de escaños a los partidos independentistas, y una redistribución del voto constitucionalista que sitúa a Ciudadanos como la fuerza más votada del todo el espectro político. Aunque el escenario resultante pueda parecer similar a las elecciones de 2015, por la posibilidad que tienen JxCat y ERC de volver a formar gobierno junto a la CUP, un análisis pormenorizado de la situación puede reflejar, sin embargo, una nueva situación, en la que lo único que permanece inalterable, desgraciadamente, es la existencia de una gran fractura en el electorado catalán. Cierto es, como apuntaba Kiko Llaneras en El País del viernes, que desde 1999 los partidos nacionalistas (y ahora independentistas) se han movido en una horquilla del 46-50% de los votos. En esta ocasión, han logrado el 47,5% frente al 43,5% de los partidos constitucionalistas. Lo cual puede dar idea de la inalterabilidad de ese voto. Sin embargo, no todas las elecciones son exactamente iguales, porque siempre intervienen nuevos factores: el nuevo contexto de los acontecimientos; los cambios en la estrategia electoral de los partidos; la participación de nuevos votantes, tanto de quienes se han abstenido en otras elecciones como los jóvenes que acceden por primera vez al voto; o la fluctuación de la opinión pública a la hora de depositar su voto, por muy pequeña que ésta sea. En este sentido, se han producido cambios que deben ser tenidos en cuenta a la hora de hacer cualquier ejercicio de prospectiva. En primer lugar, las elecciones se han desarrollado con toda normalidad (tanto a lo largo de la campaña, como en la participación ciudadana y en el escrutinio) pero en un contexto inusual en democracia por la aplicación del 155, con el cabeza de lista de ERC, Oriol Junqueras, y otros líderes independentistas, en la cárcel, y con el expresidente del Govern, Carles Puigdemont, huido en Bruselas junto a otros miembros de su equipo. En segundo lugar, el victimismo del que han hecho gala en todo momento los líderes independentistas, construyendo a diario un relato propio de la situación, ha seguido calando en un electorado tradicionalmente nacionalista, pero no olvidemos que JxCat representa sobre todo a la burguesía nacionalista conservadora que ha girado al independentismo solo en los últimos años, y que tradicionalmente no lo ha sido. Por lo que, sin las presiones de la CUP, aunque todavía necesaria para la mayoría absoluta, podría suavizar su discurso en el marco de una España federal o en un nuevo contexto de relaciones con el Estado, pero dentro del Estado. En tercer lugar, la disminución de escaños de la CUP es significativa de la pérdida de influencia en la opinión pública catalana de las posiciones favorables a la separación unilateral de España y, por tanto, es reflejo del aumento de votantes favorables a posiciones de diálogo. Y, por último, tampoco hay que olvidar las diferencias que JxCat mantiene con ERC, un partido que, como sus propias siglas indican, es republicano y de izquierdas, lo cual, salvando el proyecto independentista, no facilitaría a la larga un proyecto de gobierno común para Cataluña.

En el bloque constitucionalista tampoco las cosas son como antes. El fortalecimiento de Ciudadanos como primer partido en Cataluña, aunque sin posibilidades de formar gobierno, se puede percibir a primera vista como resultado de la polarización política y de la división de la sociedad catalana, sin embargo, representa un cambio claro de orientación de una parte muy importante del electorado catalán, que se ha decantado por un partido joven, que ha sido claro en sus posiciones ante la crisis, y que ha recogido una parte importante de la burguesía conservadora no nacionalista y de la sociedad urbana catalana que ve reflejadas sus aspiraciones en una nueva derecha moderna y europea. Precisamente, algo que el PP de Cataluña no ha sabido mostrar, de ahí su descalabro electoral, entre otras cosas por su identificación con la política del Ejecutivo de Madrid, a quien le ha tocado la responsabilidad de afrontar desde el Gobierno de España la aplicación del 155. Por otro lado, la tercera vía que algunos analistas veían como salida en partidos políticos como el PSC o como CeC-Podem ha sufrido un estancamiento en el caso del partido socialista, a quien el carisma y el liderazgo de su líder, Miquel Iceta, ha permitido aumentar ligeramente su techo electoral de los últimos años; y un retroceso evidente en el caso del partido de Domènech, que deberá reubicarse de manera más clara en un panorama tan complejo como el catalán. Nada es como antes. Las fichas se han movido.

Lentamente, pero lo han hecho. En mi opinión, Ciudadanos y PSC son fuerzas políticas que van a desempeñar un papel muy importante en el futuro político inmediato de Cataluña, del mismo modo que, obviamente, ERC y JxCat, en quienes recae la responsabilidad de los primeros movimientos. Eso sí, en un marco de normalidad democrática en Cataluña, en el que quienes han hecho de la deriva independista un reto al Estado opten por la vía del diálogo y no de la unilateralidad. Es la hora de encajar las piezas del rompecabezas sin que quede ninguna con su propio hueco propio. Y eso es también tarea de quienes tienen en cada momento la responsabilidad de dirigir los poderes del Estado.

En 1980, Joaquín Sabina cantaba por primera vez «Pongamos que hablo de Madrid», una historia de amor y de odio dedicada a una ciudad invivible pero insustituible. Cataluña es una parte de España que probablemente despierta también sentimientos controvertidos, pero es igualmente insustituible. España sin Madrid, sin Barcelona, sin Cataluña€, es menos España. Por muy difícil que pueda ser hoy la situación, Cataluña sigue siendo una parte indispensable de la realidad plurinacional de España.

*Juan Antonio García Galindo es catedrático de Periodismo de la Universidad de Málaga