El empate infinito entre independentistas y constitucionalistas certifica una tragedia: una sociedad catalana partida en dos. Ese drama de fondo admite matices: esos votos independentistas no le darían el gobierno si hubiera circunscripción única y no cuatro provincias con premio en escaños a las más rurales. Es la otra gran división, la Cataluña rural y ex carlista frente a las ciudades. Pero aún con empate global, Puigdemont puede volver a la presidencia en contra de lo esperado. Se enfocó la campaña al duelo entre Inés Arrimadas y Oriol Junqueras pero en el secesionismo venció el expresident, defensor acérrimo de la república catalana desde su refugio en la monarquía belga. La épica de Puigdemont pudo más que el misticismo de Junqueras.

La comunicación ha sido vital una vez más. La gran capacidad independentista de retorcer palabras y conceptos comunicó «exilio» en vez de «huida de la Justicia», o «president legítimo» cuando se trataba de un «president depuesto» y ganó la batalla al discurso de elegir entre «el bien y el mal» predicado por Mossén Junqueras, como lo definió Josep Borrell porque le recordaba al párroco de su pueblo, Pobla de Segur.

Ahora comienza un periodo de «locura técnica» con interpretaciones jurídicas creativas. No cabe ser investido presidente sin comparecer presencialmente y en el caso de Puigdemont sin ser detenido. Todas las hipótesis caben incluso que el expresident se quede en Bélgica indefinidamente y Elsa Artadi, doctora por Harvard y alma de su candidatura al margen del PDCAT, sea nombrada profeta y sucesora en tierra catalana. Y no olvidemos que un preso etarra, Yoldi, salió de la cárcel para su discurso de candidato a lehendakari en el Parlamento de Vitoria y devuelto a prisión. Este país tiene esas cosas; así que prepárense para el espectáculo.

Entretanto, los empresarios catalanes piden estabilidad. Al día siguiente de las elecciones bajó la Bolsa más que el resto de las europeas y en ese retroceso CaixBank y Banco Sabadell encabezaron las pérdidas, a pesar de haber trasladado su sede social. Los efectos de la incertidumbre política amenazan inversiones, turismo y empleo.

Pero el impactante triunfo de la valiosa candidata Inés Arrimadas, superando el millón cien mil votos, más que los de Puigdemont o Junqueras, no le servirán a Ciudadanos para gobernar Cataluña pero impulsarán a Albert Rivera hacia la Moncloa. Es verdad que hace dos años cuando Arrimadas ya saltó de nueve diputados a veinticinco apenas pudo trasladar su excelente resultado a las generales. Pero ahora esa victoria indiscutible se produce con el hundimiento en Cataluña del Partido Popular, condenado a compartir grupo mixto parlamentario con los republicanos anticapitalistas de las CUP. Ese resultado inquieta a los dirigentes más sensatos del PP aunque solo Alberto Núñez Feijóo haya tenido el detalle de reconocer la victoria de Inés Arrimadas. Cayetana Álvarez de Toledo, ex diputada popular y musa de Aznar, ha analizado esos resultados atreviéndose a pronosticar que ese ascenso de Ciudadanos y esa debacle del PP «anuncian un proceso de sustitución en el centro derecha español». Misil nuclear.

Internamente, aunque la intervención de Rajoy en la dirección del partido adormezca cualquier rebelión, se detecta un enfado de la línea Cospedal cansada de que a la vicepresidenta Soraya Saenz de Santamaría no le pase factura nada, ni siquiera el fiasco catalán. Si se le encargó la tarea y ha sido una debacle, alguna responsabilidad tendrá, manifiestan en privado sus adversarios.

Pero el impulso de Rivera hacia Moncloa se destaca aún más por la atonía de los socialistas -Pedro Sánchez se queda igual que antes- más el fracaso de la candidatura Colau-Iglesias. En Barcelona el partido de la alcaldesa quedó en quinta posición. Aunque quizás sea eso menos grave que haber tenido la llave de la gobernabilidad y apoyar a los independentistas. Rivera sueña con el efecto Macron. Con algún fundamento. En el PP así lo temen.