Ese holocausto podría suceder. Revisar la prensa estadounidense en su propio patio da susto, ahora que Mare Nostrum está de visita por aquí. No obstante, el presidente Donald Trump parece más interesado en volver a la Luna, que en los cohetes que pudiera lanzarle su actual archienemigo, el regente de Corea del Norte, Kim Jong Un, quien ha declarado, sin arrobo en su peinado oficial, que su país será la potencia nuclear más fuerte del mundo. De dar de comer a su pueblo no ha dicho ni pío. Lo paradójico es que todo podría estallar con un simple trino digital de Trump, que resonaría como una amenaza real para los atentos escuchas militares de Corea del Norte, y no dudarían en pulsar el botón de un misil transoceánico. En un escenario bélico posibilista, los expertos aquí especulan en un juego de guerra, que podría dar para un guion de película de política-ficción. Jeffrey Lewis, codirector del Programa de No Proliferación de Asia Oriental, con sede en Middlebury, Monterey ha declarado a The Washington Post que si esa guerra final estallara los norcoreanos fulminarían a más de un millón de personas en Nueva York y a unos 300.000 más en Washington, eso en el primer día. No está mal para cerrar esta segunda década del siglo XXI. Misil más, misil menos, entre las bravuconadas del sheriff del imperio y las bravatas del joven líder amado coreano, tienen al mundo entretenido. Los del Sur, también coreanos del lado capitalista puro, sus vecinos japoneses tan cerca del infierno asiático, los grandiosos chinos que miran desde el palco de la primera planta y los taimados rusos, juegan al jaque mate del ajedrez nuclear, como si la nube tóxica no les fueran a alcanzar a todos por igual. Europa, ensimismada en su propio laberinto de refugiados, deudas, nacionalismos locales y distracciones populistas a derecha e izquierda, les pilla muy lejos este conflicto de opereta bufa. La confederación, ejemplo del mundo democrático y de la libertad se cree a salvo. Suponen que esas cabezas nucleares nunca estallarán sobre sus propias testas coronadas. El ejercicio que propone el citado Lewis no aclara cómo llegarían misiles norcoreanos a la costa Este de EEUU. Los informes balísticos de las Fuerzas Armadas estadounidenses aseguran que podrían alcanzar su flanco del Pacífico. Recientes declaraciones de fuentes oficiales norcoreanas afirman que están listos para alcanzar a cualquier punto del extenso mapa de los EEUU. No obstante el detalle de la capacidad tecnológica desarrollada por Corea del Norte, la amenaza es real. Atacar al Sur o a Japón sería declarar la guerra nuclear a los propios aliados americanos. El senador republicano por Carolina del Sur Lindsey Graham, declaró a CNN, tras la más reciente prueba misilística coreana, que ‘si tenemos que declarar la guerra para detener esto, así lo haremos´, y agregó: ´Vamos camino a un guerra si no cambian las cosas´. Y se quedó tan tranquilo el parlamentario sureño en su Carolina de blancos impolutos. Para un europeo de la acogedora España del turista reincidente, las declaraciones atómicas de estos políticos estadounidenses suenan a película del rudo Oeste. Donde un forastero asiático osa desafiar al más poderoso jerarca del club nuclear mundial, y éste le contesta que a ver si tiene coraje y desenfunda primero. Otras voces se inclina por hablar. Creen que el régimen norcoreano es un perro ladrador que no morderá. Reconocen que el problema no lo ha creado Trump, sino que viene creciendo desde la primera administración Bush e incluso desde la de Nixon. En 1969, Richard Nixon estuvo a punto de atacarles. Habían derribado los norcoreanos a un avión espía con 31 víctimas mortales. Sus asesores le convencieron de no declarar esa guerra. A partir de allí han sido moderados. Ahora la amenaza es terminal. Con misiles nucleares no se juega a una guerra, sino a la destrucción del planeta. Nicholas Kristof de The New York Times asegura que cuando los presidentes hablan de la posibilidad de un conflicto bélico es porque puede suceder. Las probabilidades de que se inicie el conflicto están entre un 15 y 50%, según los analistas consultados. Desde 2006, EEUU viene aplicando severas sanciones económicas al régimen de Pyongyang. Hasta ahora es la única arma utilizada. No parece que les haga mella. Están dispuestos a morir en el intento. La hambruna puede acabar con el 10 por ciento de su población, unos 2,5 millones. Perder otro tanto o más en un ataque nuclear no parece quitarle el sueño al joven Kim Jong Un. Con la capacidad demostrada de poder lanzar un cohete a casi 13.000 kilómetros, EEUU está a su alcance. Está por ver si podría llevar un ojiva nuclear efectiva. Entre bravata y desplantes el joven líder del reducto comunista hereditario, avanza en su programa sin dilación. Mientras tanto Trump continúa en su ensoñación lunática. No sin antes firmar el presupuesto 2018 para Defensa más copioso desde la era Reagan. Destacan las partidas para incrementar la lucha contra Daesh, la amenaza atómica norcoreana y el aumento de la paga a toda la tropa. Por si hay guerra, parece pensar con la pluma en la mano.

*Carlos Pérez Ariza es periodista, escritor y profesor en la Facultad de Ciencias de la Comunicación