En la Navidad hay algo de postparto, experiencia corporal que desconozco, pero que imagino reinada por el relajamiento y la paz. Una escena justa será la que corresponda a ese estado: por ejemplo, una playa en el Norte de más de dos kilómetros, con apenas una docena de paseantes con sus perros, y en el agua, otros tantos surfistas tratando de hacer faena a una ola enorme, que asusta hasta a 500 metros de distancia. El sol cabal para atemperar un poco la brisa; a un lado, tras las dunas, los solemnes acantilados, color ocre oscuro o bermejo; al otro, más allá de las olas, dos cargueros haciendo estadía; muy arriba, nubes tenues y brillantes, del tipo cirrus vertebratus; abajo, en la arena, piedras, cantos rodados en una inmensa extensión, naranjas, rosáceos, blanquinegros, ocres, irisados, moteados, veteados; el trabajo de recolectar los más bellos es arduo, pero no extenuante. A tono.