Uno, que ha amado a los perros cuando los perros aún eran perros, desconfía del humanismo perruno que nos invade, que consiste mayormente en tratarlos como humanos, sólo que con más cariño y cortándoles a cambio la pulsión sexual. No es que merezcan más ese cariño las personas; según, y muchas veces no (al menos en pura reciprocidad: amor verdadero/el del perro). Es más bien que dudo de que llevarlos embutidos en trajecitos, perfumados, pelucados, alimentados a su hora con comida enlatada, y encima esterilizados y condenados en la vida hogareña y urbana a no gozar de olores nauseabundos, les cause dicha de ninguna clase. Otra cosa es que disimulen, para hacernos felices, sufriendo en silencio la tortura animal del Estado del bienestar, sin saber en toda su perra vida lo que es un hueso, salvo los de plástico, ni una mala pulga con la que pasar la tarde mordisqueándose a conciencia.