Se trataba sólo de un experimento: el equipo de aquel laboratorio pretendía demostrar que no son las diferencias étnicas, religiosas, económicas o culturales las que hacen que los pueblos se enfrenten. Probado esto, todos asumirían que aquellas no son obstáculo para la convivencia. Los científicos eligieron un pueblo cuya inmensa mayoría era homogénea en el aspecto étnico y cultural, dominaba en él la misma religión, era bastante igualitario, tenía alto nivel de vida y aunque hablaba dos lenguas una era común. La prueba consistía en provocar un enfrentamiento interno sin factores objetivos de enfrentamiento, y resultó un éxito. Palestinos e israelíes, por ejemplo, tendrían ahora que asumir que su conflicto no tenía base real. Concluido el experimento, salieron al balcón a decir a la gente, que andaba ya a palos en la plaza, que todo había sido una inocentada, en nombre de la ciencia.