El mundo es ininteligible, pero vivimos como si lo entendiéramos. Nos hemos dado cuenta de esto durante las comidas y cenas de Navidad porque siempre había alguien dispuesto a explicártelo. Personalmente, habría preferido que me explicaran el modo de adquirir bitcoins, pero debe de ser más fácil explicar el mundo entero que una parte minúscula de él. Telefoneé, por ejemplo, a mi banco para que tomaran los euros de mi cuenta corriente que había pensado gastar en el Sorteo del Niño y los invirtieran en la criptomoneda que les pareciera más sólida. Puestos a jugar a la tómbola, me pareció que la lotería virtual daba más premios que la analógica. Pero el experto con el que hablé me dijo que tendría que consultar. Me llamó a los dos días diciéndome que no podía ayudarme. A cambio, me explicó el mundo sin que yo le se hubiera solicitado.

-No me expliques el mundo -le dije el otro día a un cuñado mío-, explícame los Juicios Sintéticos a Posteriori.

Mi cuñado ignoraba quién era Kant, pero conocía el sentido de la vida. A mí no me parece mal un poco de filosofía zarrapastrosa, de andar por casa, pero prefiero a gente que haya leído a los clásicos. En su día, me supe al dedillo el tema de los Juicios Analíticos a Priori, pero lo tengo un poco oxidado. En esto, me llama un amigo en cuya casa vamos a celebrar el cambio de año para ponerme al tanto del menú, por fortuna más bien vegetariano.

-¿Y qué tipo de conversación vas a servir? -le pregunto.

El hombre se queda algo confuso porque no ha pensado en el menú conversacional. Mal hecho: ahora mismo es más importante que el gastronómico.

-No sé -dice al fin-, pero viene un primo mío de Barcelona que nos puede explicar el procés.

Intentar explicar el procés es como intentar explicar el mundo. De hecho, en los últimos días me lo han explicado veinte veces y me he quedado igual que antes. No hay cena sin análisis político, a veces sin exabrupto político. El mundo, además de ininteligible, es inhóspito. Hay épocas del año en las que lo olvidas, pero aquí están diciembre y primeros de enero para recordártelo. Por mi parte, enterrado el asunto de las criptomonedas, voy a volver a Kant. Como terapia.