En este momento de tranquilidad que las fiestas nos proporcionan parece que vendría muy bien -una vez más por nuestra parte- analizar uno de los cambios más trascendentes a los que el arbitraje y el fútbol se enfrentan en los últimos años. Me estoy refiriendo al VAR, (Video Assistent Referee), al que casi todas las gentes del gremio periodístico traducen o venden como el videoarbitraje, cuando de lo que se trata en realidad es sólo de una ayuda tecnológica, para muy limitadas ocasiones, y siempre a demanda del árbitro. No creemos, por tanto, confusión entre los aficionados, y tampoco pongamos nerviosos a los futbolistas y a los propios rectores del fútbol, un tanto desarbolados en las pruebas del sistema, que no están siendo, además -eso hay que decirlo y advertido estaba- muy acertadas.

El «videoasistente», por tanto, vale para lo que vale. No creemos falsas expectativas. No se le pida lo que no puede dar y tampoco temamos que vaya a entrar a saco en la parte crítica de nuestro deporte. Esa zona de sombra, los límites del reglamento en los que el referee actúa como juez, con veredicto a la carrera y pito en mano. Esa es la piedra angular del gran invento. La supremacía del criterio del árbitro: quien determina si la mano fue o no voluntaria, si hubo contacto suficiente del defensa sobre el delantero para cobrar penalti o si la patada fue alevosa y mereció la expulsión o sólo la admonición del pretendido agresor. Hemos dicho hasta la saciedad que éste no es el reino de la justicia. Que los jueces se equivocan. Que a veces con sus decisiones marcan los partidos. Y que este maravilloso juego vive precisamente de eso, de la pasión, del ritmo, del continuum, de los errores de apreciación y de esos orgasmos de la afición que no podemos transformar en un coitus interruptus.

El VAR y el Ojo de Halcón vendrían a ser -entendámoslo de una vez- un linier tecnológico. El árbitro conservará todas sus facultades y prerrogativas. Y sólo podrá consultarlo en casos excepcionales: si el balón traspasó o no la línea de gol, si el tanto viene precedido de un claro fuera de juego y si el penalti y la agresión fue algo escandaloso, que ocurrió a sus espaldas. Estamos en ensayos, en pruebas, no muy exitosos como estamos viendo en todos los casos: Alemania, Francia, Portugal € Y es lógico que la FIFA -que lo implantará en el próximo Mundial de Rusia- ; la UEFA, nuestra Liga y la Federación, que lo han prometido para la próxima temporada, tengan dudas y vacilaciones.

Pero tampoco nos engañemos: el VAR puede ayudar a resolver esos casos extremos a los que nos hemos referido tanto como a liarla parda en otros. Es una ayuda tecnológica mediopensionista Y si como parece hay determinación, porque hay también intereses económicos por el medio, habrá que ir a un ajuste fino en su implantación. No le puede quitar ritmo a los partidos. No debe ser lento, confuso, o incluso traer más conflicto. Y, por favor, no desnaturalicemos este deporte para convertirlo en una cosa parada y oficinesca, como el baloncesto, con sus tiempos muertos y sus chicas animadoras, las cheerleaders, en esos momentos críticos en los que no hace falta distraer o levantar el ánimo del personal, encendido ya por lo que ve en el terreno de juego. Solo unos datos en los que seguramente nunca han reparado: de 50 decisiones que toma el árbitro a lo largo de un partido, acierta por encima del 90%. En los últimos diez años la media de balones dudosos en línea de gol es de 1,5. Penalties, en cambio, se han fallado un 28%. Añadamos que los propios árbitros en su mayoría no son partidarios de esta tecnología. Tampoco los jugadores. Y que Alemania, Portugal e Italia, que ya lo implantaron la pasada temporada, como hemos dicho, están considerando la posibilidad de eliminarlo.

Recordaré, como final, que la tecnología tiene muchos nombres y variantes: el VAR, el Ojo de Halcón (un sistema informático) o el modelo básket (un técnico y seis cámaras de tv en cada cancha) frente a las 24 que puede utilizar nuestro videoarbitraje. E insistiré en que no es absolutamente neutro. Traerá también problemas no menores para un deporte sencillo, económico y universal hasta ahora en su concepción y desarrollo. El nuevo sistema es caro y puede abrir una brecha tecnológica entre continentes, países y categorías, y tal vez no sea ya el mismo deporte, con ayudas externas o sin ellas, sistema de ricos o variante pobre€ La tecnología, el VAR o sus posibles variantes y las productoras y lobbys interesados no deberían apropiarse y desnaturalizar el fútbol. Tampoco va a reescribir su historia como algunos pretenden, aplicándolo con retrospectiva. Y a futuro, tampoco va a anular «las manos de Dios», que, como todos los aficionados buenos saben, es omnipotente.