Hace cuarenta años, en mi tesis doctoral ya escribí que «en el futuro el problema no será cuántos turistas querrán venir, sino cuántos turistas querremos recibir».

Pues bien, ya estamos en ello. Las crecientes noticias acerca de movimientos turismofóbicos en ciudades tradicionalmente atractivas para el turismo urbano irán a más por una simple razón: se están superado los límites de la sostenibilidad; magnitud que no concierne sólo a los aspectos medioambientales pues, al menos, existen otras dos dimensiones de sostenibilidad que no pueden olvidarse: la económica y la social.

Me limitaré a enfocar el tema desde la perspectiva de la sostenibilidad social cuyos límites -difícilmente valorables- aparecen cuando la población anfitriona local -o una parte significativa de ella- percibe más perjuicios que beneficios del turismo, debido a la pérdida de calidad de vida y al deterioro en su cotidianeidad que no le compensan. Es decir existe una «capacidad de carga social» que, al sobrepasarse, origina una incipiente turismofobia. Por ejemplo, actualmente los alquileres de Málaga capital están subiendo mucho, -no sólo en el Centro Histórico-, lo que empieza a generar serios problemas a negocios y familias especialmente de los estratos sociales más desfavorecidos. Subida que se debe, en buena medida, a la reducción de la oferta de viviendas para alquiler residencial por su conversión en pisos turísticos. Esta es una de las razones de la turismofobia que ha aparecido en muchas ciudades. ¡Ojo al tema!

Y lo enlazo con la fobia que la proyectada petrotorre hotelera está ocasionando en amplios sectores ciudadanos de cualificados profesionales e instituciones del urbanismo, la cultura y la universidad de nuestra ciudad, basada en múltiples razones que se van exponiendo en la prensa.

Cuando edificios similares y mucho más espectaculares los hay a centenares por todo el mundo, pretender que la petrotorre portuaria se convierta en un icono evidencia un catetismo que no se merece Málaga y del que creíamos haber abjurado para siempre tras los grandísimos errores de la época del desarrollismo. Y afirmar, además, que servirá para desestacionalizar el turismo de la Costa del Sol nos parece una altisonante e ignara pretensión rayana en el desconocimiento de la realidad turística tanto de Málaga capital -donde la estacionalidad no es problema-, cuanto de la Costa de Sol, pues el potencial volumen de pernoctaciones del proyectado hotel no llega ni al uno por ciento de las decenas de millones que anualmente registran sus hoteles.

Por otro lado, si el proyecto es tan bueno, como pregonan sus promotores, ¿por qué no se construye en tierra firme alejado del Centro Histórico, para que no destroce el paisaje de la ciudad? Además de bienvenido sería indudablemente más rentable para el mismo proyecto por ubicarse en terrenos de propiedad y no en una concesión administrativa limitada en el tiempo. Incluso la construcción será más económica y no generará los inevitablemente graves problemas de tráfico en la ciudad. ¿O es que su rentabilidad se basa precisamente en la destrucción del paisaje litoral de una de las ciudades más antiguas del Mediterráneo donde vivimos más de medio millón de personas? ¿Y todo ese destrozo del patrimonio colectivo de los malagueños sólo para generar el monopolio de unas vistas en beneficio de unos pocos privilegiados?

Hay que hacer hincapié asimismo que el paisaje, además de patrimonio colectivo e inmaterial, es también un recurso turístico que hay que cuidar. El paisaje marítimo de Málaga es uno de sus recursos más emblemáticos por lo que actuar sobre el mismo requiere un gran consenso ciudadano que brilla por su ausencia. En consecuencia, ¿cómo se puede plantear, con el beneplácito de todas las administraciones, un atentado de ese calibre a la propia fuente de riqueza turística de Málaga?

Además, todas las bondades que se «venden» del proyecto no dependen en modo alguno de su ubicación. Si el proyecto es tan bueno será porque está en Málaga, con los aspectos positivos que van aparejados a esta marca. Y si se pretende convertirlo en un destino en sí mismo, ¿no dará igual en qué parte de la ciudad se construye? ¿Por qué entonces el empeño de esa ubicación?

La explicación es tan simple como que bajo el señuelo de la explotación hotelera se esconde una operación inmobiliaria de altísimos vuelos. Pues, los futuros propietarios de las «suites»» verán acrecentados su valor y su precio, respecto a cualquier otra ubicación, gracias al monopolio de unas vistas absolutamente exclusivas. Y esa es la fuente del beneficio del negocio inmobiliario: privatización y aprovechamiento de un espacio público creado a partir de los impuestos que pagamos todos los españoles y administran nuestros representantes. Incluso los terrenos de esa ubicación se han ganado al mar con el concurso de fondos europeos para la mejora del puerto de Málaga. ¿Cabe modificar de esa manera el uso de unas inversiones parcialmente financiadas con dineros europeos?

Y si analizamos el desarrollo turístico con perspectiva de largo alcance y no cegados con el nefasto cortoplacismo de la política española actual, debemos tener muy claro que la garantía del futuro turístico malagueño y su sostenibilidad se asienta en la autenticidad y la singularidad de nuestras cultura, tradición y modo de vivir, que incluye el urbanismo lógicamente; pero no en inversiones -pretendidamente turísticas- de una enorme banalidad internacional que, incluso, atentan contra el propio futuro del desarrollo turístico.

Cuando el Ayuntamiento y la Junta de Andalucía andan en permanente gresca política, no deja de ser sospechosa la unanimida de ambas administraciones y sus correspondientes siglas políticas en torno al proyecto.

Y sorprende que unos vayan a culminar una excelente gestión municipal con el borrón que la violación del paisaje va a generar, mientras otros -que aspiran a desplazar a los unos en el gobierno municipal- evidencian incoherencias tales como oponerse a los rascacielos de Martiricos y apoyar la petrotorre portuaria.

¿Acaso Málaga es moneda de cambio de otras cuestiones ajenas a la ciudad? ¿Acaso la petrotorre no emborronará su espectacular despegue turístico volviendo a las andadas? No lo entiendo.