Si hay dos lugares en el mundo donde hoy puede estallar un conflicto abierto son Corea del Norte e Irán y en ambos ha comenzado el año con novedades interesantes.

El caso de Corea es el más grave porque estamos hablando de un arsenal nuclear en manos de un megalómano impredecible, Kim Jong-un, que con sus bravatas amenaza a otro megalómano impredecible que es Donald Trump. Solo les falta compartir peluquero. El primero le felicitó el nuevo año diciendo que sus bombas atómicas podían alcanzar todo el territorio norteamericano y que además tenía el botón nuclear en la mesa de su despacho, y el segundo le contestó que él también tiene un botón nuclear y que el suyo es mucho más grande. Ese es el nivel del diálogo.

El problema con Pyonyang es que ha atravesado ya el umbral nuclear. Corea tiene la bomba y eso le da seguridad porque nadie, incluidos los EE UU, puede arriesgar un ataque que no destruya de golpe todo el arsenal nuclear norcoreano pues basta que le quede una bomba, una sola, para que pueda producir terribles daños en Tokio o Seúl que son dos capitales que le quedan bastante cerca. Y ya se ocupan japoneses y surcoreanos de apaciguar a los norteamericanos. Como consecuencia Trump no sabe muy bien qué hacer salvo amenazar e insultar, y eso deja la iniciativa en manos del líder norcoreano que puede ser un despreciable tirano pero que no está loco. O no lo está del todo. Y ahora Kim Jong-un, el gordito del peinado imposible, ha aprovechado su mensaje del fin de año (occidental) para invitar a Corea del Sur a entablar conversaciones sobre la participación de Corea del Norte en las Olimpiadas de Invierno, que tendrán lugar en febrero cerca de Seúl.

Los surcoreanos se han apresurado a aceptar porque quieren que sus Juegos sean un éxito y de hecho ya habían pedido a los norteamericanos que aplazaran unas maniobras militares que podrían ponerlos en peligro. El líder norcoreano ha conseguido, así meter una cuña entre Seúl y Washington porque su ofrecimiento se ha hecho dejando bien claro que Pyongyang no renuncia a dotarse de armas nucleares cada vez más sofisticadas y más potentes y eso es algo que no ha gustado nada en Washington. Puede que estemos ante un simple intento del norte para ganar tiempo, mientras otros piensan que quizás pueda salir algo positivo de estas conversaciones. En todo caso, el escepticismo está más que justificado.

Por otra parte, Irán está cumpliendo con los compromisos que le impone el acuerdo nuclear que suscribió en junio de 2015 con la comunidad internacional, y así lo reconoce la AIEA (Agencia onusiana de la Energía Atómica). Pero a Trump no le gusta el acuerdo porque lo hizo Obama y porque a su juicio «da mucho a cambio de nada» y lo quiere derogar o, al menos, renegociar, lo que no es fácil porque los demás firmantes se oponen y los iraníes también.

Trump dice, y tiene razón, que el acuerdo nuclear le ha dado a Irán dinero para extender su influencia sobre Oriente Medio a través de sus aliados houthis (Yemen), alaouitas (Siria), Hizbollah (Libano) y chiítas (Irak y Bahrein). También dice que Irán está desarrollando unos misiles de largo alcance que ponen en peligro a Israel. Y que además hace contrabando de armas y que viola todos los derechos humanos imaginables. Todo eso es verdad, pero son cosas que nada tienen que ver con el acuerdo nuclear, y ese, Irán lo cumple. La ironía es que han sido los norteamericanos los que más han ayudado a eliminar a los enemigos de Irán al destruir el régimen iraquí de Saddam Hussein, al acabar con el Estado Islámico, al debilitar a los talibanes en Afganistán, y al permitir que Bachar al Assad se mantenga en el poder en Siria. Esa es la verdadera razón de que la República Islámica de Irán haya emergido como la potencia hegemónica en la región, aprovechando que Erdogan y al Sisi están ocupados en reprimir a sus propias poblaciones y tienen poco tiempo para la política exterior.

Trump intenta utilizar a Arabia Saudita para armar un frente sunnita en contra de Irán, hasta ahora con poco éxito. Por eso debe ver con satisfacción las revueltas que han estallado estos días en Irán y que se han extendido por todo el país tras unas filtraciones de los presupuestos que muestran la cantidad de dinero que va a las fundaciones religiosas de los ayatolás y a los Guardianes de la Revolución, que son un auténtico estado dentro del estado. Estas filtraciones (sobre cuya procedencia cabe especular) han colmado el vaso de la paciencia de una población con altas tasas de desempleo (se habla del 40% en el caso de los jóvenes), que se las ve y desea para llegar a fin de mes, y que está harta de corrupción y de aventuras militares en el extranjero. Y que, para colmo, ha aceptado un acuerdo por el que renuncia al arma nuclear y del que esperaba obtener mejoras inmediatas en su vida diaria. Probablemente el régimen podrá controlar la situación pero sin duda también tomará buena nota de esta segunda advertencia que la población envía a los clérigos que detentan el poder político. Habrá que ver si los actuales desórdenes beneficiarán a los moderados o a los radicales dentro del régimen y por eso será interesante ver como unos y otros maniobran para arrimar el ascua a su sardina.

*Jorge Dezcállar es diplomático