Se han cumplido diez años desde la muerte de Francisco Umbral, un escritor único que, quizá por serlo, por su actitud provocadora y su constante presencia pública, estuvo siempre rodeado de polémica. Su idea era que para ser escritor solo hace falta escribir. Y él se dedicó por entero a ello. Publicó un centenar de libros y miles de artículos, a razón de más de uno por jornada durante medio siglo. Su vida consistió en leer, escribir y poco más. Tomó la sátira de Quevedo, el romanticismo de Larra, el esperpento de Valle, la greguería de Gómez de la Serna, y con el sello inconfundible de su yo hiperbólico organizó un interminable festival de literatura. El libro que se reseña reúne ochenta textos de Umbral de diversa procedencia. Muchos aparecieron en su día en la columna que firmó en El Mundo. El título ha sido entresacado del primer párrafo del prólogo redactado por el propio Umbral para Los políticos, una compilación de artículos hecha por él mismo en 1976. El autor de la presente selección explica en unas breves páginas introductorias que el propósito que lo animó a publicar esta antología era el de recuperar la literatura de Umbral y que, a tal fin, podría haber recopilado artículos dedicados a cualesquiera otros temas. Si optó por estos se debió a que la literatura y la política, junto con el sexo, fueron las grandes pasiones que movieron la vida trimotor del escritor. Ciertamente, buena parte de su obra está hecha de novelas, crónicas y diarios políticos. Así como Umbral clasificó a los protagonistas del libro antes citado en políticos buenos, los del régimen que quedaba atrás, malos, los de la oposición, y feos, la gente miscelánea de la prensa, la calle y la intelectualidad, el profesor Laín Corona divide los retratos que ha elegido para su galería en poéticos y antipoéticos, según la imagen favorable o adversa que contengan del político retratado. Umbral confesó que se sentía incapaz de escribir poesía, pero no pudo reprimir su vena poética y sus textos rezuman un impúdico lirismo. Definió el artículo como «el soneto del periodismo». Y más de un crítico se ha referido a la «prosa poética» o al «fenómeno poético» que caracteriza la escritura de Umbral. Poéticas son las composiciones que dedica a Suárez y la Pasionaria. Por el contrario, a Esperanza Aguirre y Cristina Almeida las caricaturiza de forma inmisericorde. Poesía se encuentra en todo caso en sus pinturas del «Rey que llora con un ojo, pero me mira con el otro», de Fraga, «este John Wayne eterno de nuestra política», de Fidel Castro, «el último Papa de una fe que el siglo ha perdido», o de Rajoy, «un aristócrata de la política, un dandy en el Consejo de Ministros». En su particular análisis de la campaña para las generales de 1993, Umbral recurrió a la catalogación del personal político que se haría célebre a partir de un discurso pronunciado por Ortega y Gasset en julio de 1931 en las Cortes Constituyentes de la II República. Prototipo de político payaso era Aznar. Jabalí de izquierdas podía ser Alfonso Guerra, y Álvarez-Cascos o Rato, de la misma especie en representación de la derechona. La enumeración destaca como primer tenor de la política española a Felipe González, por el que tenía una particular predilección. Umbral retrata al líder socialista desde todos los ángulos, con insistencia y una especial agudeza. Léanse como botón de muestra estas líneas del artículo titulado El monólogo: «el reinado de Felipe González no ha sido sino un largo monólogo€ No digo si ha gobernado bien o mal, que ha habido de todo. Digo que el estilo de gobierno monologante es peligroso y, sobre todo, no es democrático. Pero González es así personalmente. Más hombre de Estado que individuo democrático». En otro artículo, titulado Pavana por Glez, escrito en la fase declinante del gran líder, parece despedirlo con gusto, pero también con amargura: «Impostor de ti mismo, mal te imitas, esperanza perdida, dios de un día». En esta serie de artículos centrados en el dirigente socialista la fusión de política y literatura toca la cima en el columnismo de Umbral. Aquí encuentra la máxima expresión su original poética de la política, que reparte a discreción ironía, compasión y halago entre «los héroes de traje marengo» españoles. Y a la vez aparece un problema que José Hierro planteó con claridad: «Paco Umbral tiene un imperdonable defecto: un estilo tan brillante y embaucador que, más de una vez se interpone entre el qué y el cómo». El problema se agrava cuando se trata de política, porque por grande que sea el empeño de Umbral, la política es insoluble en ninguna otra cosa, sea la economía, el espectáculo televisivo o la literatura. Entonces, una pregunta se vuelve contra Umbral, ¿debemos leer sus columnas políticas por el mero deleite literario, como si fuera un juego o un pasatiempo, o hay motivos para tomarlas en serio en algún sentido? El profesor Laín Corona ya tiene respuesta. Propone iniciar la búsqueda del pensamiento político de Francisco Umbral, en palabras de Hierro un sistemático con apariencia de anarquista. Umbral, el escritor que nos hizo disfrutar de la letra impresa como adolescentes, en Larra, anatomía de un dandy, Ramón y las vanguardias o la columna fija que, haciendo con él una excepción irrepetible, Cebrián le reservó en El País.