Me pregunto si la feliz pluralización de identidades que ha desembarcado ya en las fiestas navideñas llegará pronto a Carnavales. Sin duda es más complejo -la clave del Carnaval es la desidentificación y la parodia precisamente- pero imagino que ya encontrarán un hueco, con perdón, por donde colarse. Lo que unos aplauden y otros detestan yo lo encuentro melancólico y sin fuerzas siquiera para una miserable ironía. Porque este es un asunto al que se puede y debe responder irónicamente. Como hizo el maestro Arcadi Espada, que al referirse a la inclusión de una drag -al parecer muy recatada- en un desfiles de Reyes en Vallecas, comentó que, si se trataba de representaciones, si se defiende un planteamiento inclusivo que respete todas las sensibilidades, él exigía que los ateos contaran (contáramos) también con una cuota parte en las cabalgata de Reyes Magos. No sé, un tipo disfrazado de Hitchens que, sobre una torre dorada, se dedicara a arrojar ejemplares de las obras completas de Galileo y Newton sobre sus Majestades cada vez que los reyes tiraran caramelos.

Espada ya se había quedado atrás, porque en Valencia, y obviamente con dinero público, se pudo disfrutar de nuevo de una cabalgata laica que no estaba protagonizada por Magos, sino por Magas, todo un golpe simbólico contra la criminal normativa del heteropatriarcado. Un grupito de fachas intentó boicotear la cabalgata inútilmente. ¿Y lo del tuit de Izquierda Unidad de Madrid felicitando la Nochebuena con la imagen de un gran árbol de Navidad ardiendo? Debe ser la cuota de los pirómanos. Los pirómanos tienen también su corazoncitos navideño. Su dulce roscón en el pecho. Por lo menos los pirómanos de izquierdas.

Lo más estúpido de todo es que todo esto es vendido publicitariamente como un triunfo de las políticas de cambio auspiciadas por los gobiernos de izquierda -ya saben, los gobiernos del cambio- en varias grandes capitales. Más bien es todo lo contrario: el penúltimo refugio ante el fracaso cotidiano. Y ni siquiera es algo propio de las nuevas progresías carpetovetónicas, sino un rasgo característico de las izquierdas en los últimos veinte años y cada vez más intenso: el encastillamiento en las políticas de identidad y en el multiculturalismo como máxima expresión y respuesta universal, política y retóricamente. Como no se avanza un ápice en una defensa eficaz y eficiente de antiguallas cada vez más desgastadas como la igualdad de oportunidades, las condiciones laborales, la creación de empleos dignos o los sistemas públicos de salud o educación -como la misma alcaldesa de Madrid respeta y exige respetar el techo de gasto impuesto por el Ministerio de Hacienda, verbigracia- se opta por insistir en las identidades ideológicos o en un laicismo falseado para barnizar de respetabilidad viejas y cuidadas supersticiones infantiles.

No servirá para nada, por supuesto. La gran mayoría de los ciudadanos quiere que se resuelvan problemas concretos en sociedades de precariedad martirizante y democracia de baja intensidad y estos melindres progresistas se las traen al pairo. Pero las izquierdas siguen de fiesta. De fiesta laica. Se va a pagar un buen toletazo en las urnas.