Aún trato de encontrarle sentido a lo que pasó el otro día en el Concurso de Agrupaciones de Canto del Carnaval de Málaga con el cuarteto que centró su repertorio en humillar y vejar a una mujer que, para más inri, es la directora de la agrupación y en redes sociales ha defendido la actuación de sus compañeros. Los responsables de la fiesta han reaccionado bien y les han prohibido participar durante dos años, según he leído. Hasta ahí perfecto. El problema es que el mal ya está hecho: primero, porque otra vez, y van ya unas cuantas, se pone en la picota a las decenas de murgas y comparsas que han elaborado repertorios de altísima calidad literaria o musical en el caso de las segundas, y de fina ironía, las primeras. Otra vez se pone bajo el foco de la luz pública a los carnavaleros y se les humilla, una vez más nos vuelven a repetir que esta es una fiesta de gente zafia a la que le gustan los espectáculos burdos o grotescos como el que pudimos ver el otro día. Nada más lejos de la realidad. Los grupos ensayan durante meses, como pueden y en los locales que les ceden, para llevar repertorios dignos que luego regalan sobre las tablas al resto de los ciudadanos. Y lo hacen por amor al arte. El esperpéntico espectáculo saca a la luz otro problema aún más grave: se humilló a una mujer para hacer reír. Eso, en mi tierra, es machismo. Y es preocupante que varios chavales, y la misma ofendida, consideraran que esos chistes eran inocuos y hasta graciosos. ¿Cuántos de sus amigos verían ese cuarteto en sus ensayos previos y se rieron con esas gracietas? ¿Por qué nadie, un familiar o sus propios allegados, les dijo que la parodia del cuarteto no sólo no tenía gracia sino que además era insultantemente machista? ¿Cuántos de los jóvenes de hoy en día piensan así de las mujeres? Son preguntas inquietantes que corroboran, una vez más, que esta sociedad tiene un problema gravísimo con el machismo aún hoy y que las políticas feministas son necesarias y lo serán durante muchísimos años, al menos hasta que no se alcance la igualdad real.

El tercer punto que me preocupa es que la propia directora y humillada no reconoce su papel de víctima. No es la primera vez que lo vemos. Muchas mujeres retiran la denuncia a sus parejas o exparejas después de haberlas puesto o, según los expertos, ni siquiera son conscientes de estar sufriendo malos tratos físicos o psicológicos de la paliza emocional que llevan encima tras años de ser las depositarias de un comportamiento deleznable por parte de sus compañeros. La fundación ha reaccionado bien, aunque faltó el telonazo; la sociedad se ha indignado, lo que no deja de ser una buena noticia, pero ¿cómo arreglamos el hecho de que nadie, antes de llegar al teatro, viera machismo en ese repertorio, de que nadie lo advirtiera? Llevamos años educando en igualdad en los colegios pero algo se está haciendo mal.