Se han puesto sobre la mesa estos días diversas fórmulas para calcular la pensión. Yo también tengo una. Así, a bote pronto, yo calculo que me va a quedar una miseria. La ministra del ramo opina que podrían computarse todos los años trabajados, incluso descartando los menos productivos, y no como ahora que se calcula con los años finales. El debate lleva tanto tiempo cotizando entre la opinión pública y es tan viejo que le deberían otorgar una pensión. No sabemos por qué a las pensiones grandes no se las llama hoteles, como pasa en el turismo. O sea, Pepe se jubila, le quedan dos mil napos al mes y sus amigos bien harían en decir, le ha quedado un hotel estupendo. Pero no, van y dicen, le ha quedado una pensión estupenda. Pensión estupenda es ya un cierto contrasentido, dado que aunque las hay excelentes, el tópico le tiene metido a uno en la cabeza una habitación sombría, de mejorable limpieza, sin ventanas y un agujerete en la sábana.

La Junta dice que lo de la ministra es un globo sonda, aunque la verdad no parece mal que el cálculo se haga un poco a la carta. Tampoco nos parece mal el impuesto a la banca que propone Pedro Sánchez. Lo que no tiene sentido es que las pensiones las pague la Seguridad Social si la Seguridad Social está poco menos que quebrada. Se puede sacar el dinero (también) de otro sitio. De otros impuestos. Incluso se pueden establecer impuestos nuevos a gente a la que el dinero no es que le sobre es que lo tienen por castigo. Como algunos bancos.

No faltan fuentes de financiación. Falta imaginación. Falta también menos favorecer a las compañías (bancos) que tienen un gran negocio con los planes de pensiones. La diputada Celia Villalobos ha resaltado esta semana que hay mucha gente con muchos años de pensionado o jubilación, lo que ha sido tomado por algunos como un deseo de la diputada de que la gente vaya ordenadamente haciendo el favor de morirse pronto, que con tanta longevidad no hay sistema que aguante. Opiniones más doctas hablan de prolongar la vida laboral.

A mí lo que me gustaría es prolongar las vidas, sobre todo de la gente que estimo. Lo malo de alargar la vida es que se alarga por el final, lo ha dicho el maestro Alcántara alguna vez: lo malo de vivir más es ser viejo más tiempo. Con todo, lo que nunca se ha de quebrar es la solidaridad intergeneracional, que aunque tiene nombre como de pieza de coche antiguo o de concepto presocrático es básicamente que hay que trabajar para nuestros mayores, lo mismo que ellos trabajaron para los suyos o nosotros curramos para nuestros descendientes. Es casi una ley universalmente aceptada que todos los gobiernos intentan reformar (o sea, joder) el sistema educativo, la sanidad y las pensiones, no descartándose esta intención, en el caso de no pocas naciones, también de la política internacional. Nuestro deber cívico es que no lo consigan. Aunque nos cueste no llegar a viejos. O por si llegamos.