En esa barranquera sórdida y fascinante, twitter, un nuevo diálogo enaltecedor de Gabriel Rufián, que reprende a un periodista de izquierdas, Antonio Maestre, por algún artículo que le molesta y le embroma explicándole que pareces, camarada, a punto de entrar al servicio de Óscar López Fonseca. Nota: López Fonseca es un excelente periodista de El País, un profesional respetado con más de veinte años de oficio, que cometió el pecado de publicar una crónica sobre las navidades de Oriol Junqueras en la cárcel, incluyendo su menú de Nochebuena. El diputado de ERC señaló en un tuit el nombre del canalla que se atrevió a informar sobre la cena de Junqueras como quien menciona a un violador. Esto ya es normal, algo admitido, algo cada vez más frecuente: esta encantadora nueva izquierda insultando a periodistas en los espacios públicos, trabajen en la empresa privada o en las administraciones. Y los insultan porque han descubierto - como lo han hecho muchos de sus colegas de las variadas derechas con anterioridad - que insultar a un periodista sale gratis y que el periodista puede ser una excelente munición para agredir al adversario político o empresarial. Porque, naturalmente, los orcos digitales que siguen a Rufián recuerdan enseguida que López Fonseca trabaja para El País, y El País, por supuesto, no es un gran periódico merecedor de cualquier crítica (puntual o estructural) sobre su línea editorial o la calidad de sus contenidos, sino una apocalíptica expresión del Mal, conocido por los más lúcidos analistas alpargateros como el IBEX 35. Han olvidado o ignoran que el periodista, incluso el periodista mejor considerado por su empresa, siempre está solo, y nunca ha tenido adversarios, sino enemigos, entre los que menudean otros periodistas. A propósito: ayer Pablo Iglesias, secretario general de Podemos, reivindicó política y moralmente el denominar como enemigos a los banqueros y los bancarios, a las fuerzas políticas ajenas a su ideario progresista, a empresarios trincones, a los que desahucian a ancianos o a desempleados de sus domicilios. ¿No es un enemigo (del pueblo) el juez que decreta un lanzamiento? Iglesias no realizó ninguna sesuda reflexión sobre la elasticidad del término que, por supuesto, se administra emocionalmente, sin principio objetivador definible, por lo que los enemigos serán aquellos que Iglesias y sus compañeros definan como tales. Por ejemplo: quien no reconozca que mis enemigos son los de la patria o la clase trabajadora se transforma inmediatamente en mi enemigo y en el enemigo de todos y debe ser denunciado como una piltrafa moral. Una perversión miserable que han practicado regímenes no precisamente democráticos en el último siglo europeo.

Es exactamente la misma metodología de la calumnia que emplea el diputado Rufián en sus ataques tuiteros y la que cada vez con mayor ferocidad se repite, también en otras partes de España, por parte de quienes creen que todo este furor denigratorio no va a tener ninguna consecuencia: las tendrá y serán graves y dañinas y prolongadas y perjudicarán tanto a la verdadera regeneración de la política institucional como a la credibilidad de los medios de comunicación