«Apoyá en el quicio de la mancebía, miraba encenderse la noche de mayo»-.

Hace ya casi diez años que vivo en Málaga. Aterricé, más o menos, por la época de lo que en Granada viene a llamarse formalmente primavera pero aquí toma las hechuras de un verano suave. Y como no comencé a trabajar hasta bien entrado septiembre, tuve la feliz oportunidad de recorrerme tranquilamente la ciudad durante cuatro meses hasta llegar a apreciar los detalles y retazos de cada una de sus esquinas. -«Pasaban los hombres y yo sonreía, hasta que a mi puerta paraste el caballo»-. Disfruté de momentos inolvidables descubriendo cada tramo de la fabulosa estampa urbanística, monumental y hostelera del centro urbano. Fueron días grandes, días de ojos abiertos, de gaviotas, de espuma de olas y de eterna gratitud por todo lo que esta gran ciudad abría y ofrecía a mi paso. -«Dejaste el caballo y lumbre te di, y fueron dos verdes luceros de mayo tus ojos pa mí»-. Pero la iconografía de una gran ciudad no se limita únicamente a lo turístico o lo arquitectónico. Málaga es portadora de un pintoresco capital humano de personajes, buscavidas, pillos, trotamundos y artistas callejeros que, a mucha honra, colorean sus calles y sus entornos con toda la dignidad de la situación que les ha tocado vivir. Pónganle rostros a lo que les digo, no es difícil si son habituales del centro. Y digo rostros porque, quizá, ponerle nombres sea harina de otro costal. Muchos de ellos son personajes públicos pero, al mismo tiempo, inmersos en el más frío de los anonimatos. Personas de las que sólo conocemos su aparente estampa trivial e irrisoria, su papel, su interpretación para la urbe. Ni su vida ni sus inquietudes ni sus dolencias ni su nombre. La primera vez que la vi cantar, ella estaba sentada en una de las esquinas de calle Granada. -«Pa mí ya no hay soles, luceros ni luna, no hay más que unos ojos que mi vida son»-. La luz de inabarcables amaneceres e innumerables ocasos había acabado por platearle el cabello. Una blancura que, recogida con una sencilla goma del pelo, lucía venerablemente. El rostro, infinitamente arrugado por los años y sus avatares, no ocultaba su patente ancianidad. Los ojos eran profundos e indolentes, hechos a la dureza de una vida compleja y difícil. Su cuerpo, pequeño, enjuto, casi imperceptible, la hacía más invisible si cabe frente a la impasible muchedumbre de una de las calles más transitadas de Málaga. Allí, como les digo, la escuché cantar por primera vez. No recuerdo la canción, me gustaría apuntarles cuál era. Sin duda fue una copla, pero me temo que tengo una memoria infame. ¡Ay!, no. Definitivamente no logro acordarme de esa melodía. Pero como les iba diciendo, el caso es que su voz profunda, quebrada y temblorosa, entró en mi corazón para quedarse. Durante un tiempo, mis trayectos me hacían coincidir con ella cuando pasaba por calle Granada. Siempre que la veía, le dejaba algunas monedas y me quedaba a su lado unos instantes para escuchar aquella copla que sus labios repetían una y otra vez. Procurando hacerle entender con mi presencia que valoraba su cante y que su garganta dejaba impronta no sólo en mis adentros, sino en aquella esquina, en aquella calle, en nuestra ciudad. Ésa y no otra es para mí la voz de Málaga. La voz rasgada de esa señora anónima, inapreciable, casi transparente, que día a día, mes a mes, año tras año, he ido viendo envejecer todavía más, si cabe, sobre el suelo de la calle Granada. -«Ojos verdes, verdes como la albahaca»-. Hace poco caí en la cuenta de que llevo mucho tiempo sin verla. Sin disfrutar de ese quejido que engalanaba los aledaños del centro. Su edad, irremediablemente, hace que me plantee la posibilidad de que pueda haber abandonado los confines de este mundo para no volver. Pero prefiero pensar que pueda estar honrando con su cante otra de nuestras calles. Y así lo espero, para encontrármela de nuevo cuando menos lo imagine. ¿Pero cuál era esa copla, Dios mío, que ella cantaba siempre? ¡Ay!, lo siento, disculpen esta cabeza mía. Por más que lo intento, no consigo recordarla. -«Verde como el trigo verde, y el verde, verde limón»-.