Si esperas lo suficiente, la ciencia ficción acaba siendo arqueología. No es más que cuestión de tiempo que aquello que imaginamos como una osadía inalcanzable termine siendo de lo más cotidiano.

Los humanos hemos soñado siempre con máquinas que hiciesen el trabajo por nosotros y, dispuestos a ser dioses, a que esas máquinas fuesen como nosotros mismos, a nuestra imagen y semejanza. Desde el rabino Loew y su Golem hasta ahora mismo, seguimos buscando la manera de que la máquina nos suplante.

Hace unos días se inauguraba en Seattle el primer supermercado sin cajas. El usuario coge los productos y se los lleva a casa sin más. El sistema cuenta con cámaras y sensores que siguen al cliente y detectan qué artículos va cogiendo de los estantes y va metiendo en su carrito. El consumidor se ahorra el trámite de pasar por la línea de caja, pues el sistema cuantifica de manera automática el importe de su compra, que se le cargará en su cuenta.

Ya está aquí el futuro, que es un engranaje del tiempo. También en estos días se ha publicado un informe en el que hemos sabido que cabeceras periodísticas de primer nivel internacional como Los Ángeles Times, Associated Press, The New York Times, The Washington Post o Le Monde están publicando textos creados a partir de algoritmos. Podemos hablar, a partir de ahí, de un periodismo automatizado que prescinde del periodista, porque el algoritmo es capaz de crear una noticia breve (de momento solo las breves, ya veremos un poco más adelante) a partir de la información obtenida de una base de datos. La fórmula matemática localiza los datos, los extrae, los analiza, los convierte en frases y coloca estas frases en un orden lógico. Es decir, lo que haría un becario, pero a una velocidad insuperable y sin pedir un día libre o un rato para comer.

La sustitución del hombre por la máquina ha llenado, ya digo, nuestros sueños y nuestras pesadillas desde, quizás, el momento en que construimos el primer artilugio que nos aliviaba el trabajo. La cuestión a partir de ahora será averiguar cómo vamos a cambiar nuestra sociedad (basada en el intercambio de trabajo por dinero y el dinero por aquello que necesitamos para subsistir), para no acabar en una especie de apocalipsis tipo Terminator o bien creando piquetes anti máquinas, como hicieron los ludistas ingleses del XIX.

Entretanto, no parece lejano el día en que una máquina me sustituya, en que un algoritmo finja mirar por la ventana y ver que el poniente está echando a correr sus caballos sobre el mar ahí mismo, frente a mi ventana, y finja también que eso le conmueve, y con todo ese fingimiento quiera conmoverle a usted y hacerle la mañana un poco, solo un poco, más llevadera.