El lanzamiento al espacio de un coche de última generación, para hacerlo orbitar en el cosmos, sería la instalación de arte más importante de la década, de haber sido promovido por un gran creador plástico. No es justo que por haberlo hecho Elon Musk, fabricante del coche, se quede en spot publicitario, y hasta en simple boutade. Por mi parte creo que es una metáfora formidable del sentido del progreso humano en esta era, incluida su inutilidad. El coche es un objeto misterioso, y su magnetismo reúne los tropismos del humano en su última versión: supremacismo (de asfalto), predominio del envoltorio, culto a la velocidad, individualismo blindado, violencia represada. Un síndrome fácil de encuadrar en la locura, del que daría cuenta el coche, vagando por el espacio con su muñeco al volante, al aparecer ante la mirada atónita de un extraterrestre que hace su ronda de vigilancia.