En la pantalla del ordenador me esperaba la página impoluta, expectante. ¿La lleno una vez más con obscenos sátrapas y caudillejos de insaciables cleptocracias? No esta vez. Dios sea loado.

Habla tú, memoria. Como se pide en el título de la portentosa autobiografía de uno de mis maestros, Vladimir Nabokov. Creo que aquellos que podemos recordar tantas cosas de los comienzos de la aventura de esta prodigiosa Costa del Sol malagueña, somos particularmente afortunados. Así nos sentimos mi mujer y yo el pasado domingo. Después de una larga espera de casi un año, pudimos reunirnos en un lugar de Marbella, rodeados de vegetación y de libros, con unos muy queridos amigos. La buena amistad, como decía Henry Adams, la que se nutre de un cierto paralelismo vital y por supuesto de una comunidad de pensamientos. Por ello tengo la convicción desde hace tiempo de que las amistades que se van fraguando a lo largo de los años en esta costa, tan española y tan internacional al mismo tiempo, tan inmensamente amable y civilizada, suelen tener unas coloraturas y unos imperativos morales muy especiales.

Sí. Inmerecidamente privilegiados nos sentimos en ese primer domingo de febrero. Concha, mi mujer, y un servidor de ustedes. Si me lo permiten, utilizaré el orden alfabético para citar los nombres de las señoras que nos acompañaban: Olga Mendoza, la docta y brillantísima investigadora y traductora al español de dos libros maravillosos: Bocetos del Madrid de Isabel II y El cambio de clima como remedio de las enfermedades crónicas, publicado éste en Londres en 1853. Y en el que su autor, el doctor Francis, afirmaba que «no hay ningún sitio ni en España ni en toda Europa, hasta donde conocemos, donde exista un clima tan suave y estable a la vez€como Málaga».

Acompañaba a doña Olga su esposo don Jorge Benthem, amigo de toda la vida e hijo de dos malagueños providenciales: doña María Eugenia Gross Loring y don Ignacio Benthem. Doña María Eugenia, con la ayuda de su esposo, hizo posible que el que fuera uno de los hoteles más importantes de la historia del gran turismo de Andalucía, el Casa del Monte, abriera sus puertas en aquella ya prometedora Málaga de los años cincuenta. Hotel mágico que se convirtió en la segunda casa de grandes personajes de Hollywood, sabios gastrónomos franceses y miembros de la nobleza europea, como doña Piedad de Yturbe, princesa de Hohenlohe Langenburg.

Otra de nuestras buenas amigas, Paloma García-Verdugo, es titular de un importante capítulo de la historia de esta Costa del Sol nuestra. El del mundo del tenis. No podemos olvidar que ella fue durante muchos años el «alma mater» del Campo de Tenis de Lew Hoad, en tierras de Mijas.

Fue Lew un maestro; uno de los más grandes tenistas de todos los tiempos. Y gracias a él y a sus colaboradores, la Costa del Sol durante aquellos años entró con todos los honores y por la puerta grande en el mundo del tenis internacional. Con mayúsculas.

Allí en esa reunión de amigos estaban también su hermano y su cuñada: Virginia Fiestas. La admirable farmacéutica decana de Fuengirola. Familia del que fuera un buen embajador de España, al que tuve el privilegio de conocer. Jorge Fiestas, uno de los grandes protagonistas de los años primigenios de la Costa, en aquel entrañable Parador de Montemar en Torremolinos. Lo recuerdo, en el marco de los tiempos legendarios de nuestro marqués de Nájera, al que tanto debemos. La compañaba en este encuentro su esposo, el doctor José Manuel García-Verdugo. Él y Paloma, su hermana, son hijos de uno de los médicos más ejemplares de la historia de Andalucía: el doctor Manuel García Verdugo, al que siempre recuerdan en su Fuengirola adoptiva como «el médico de los pobres». Su hijo José Manuel es desde los comienzos el director médico de la famosísima clínica Buchinger-Wilhelmi de Marbella. Con la otra institución hermana en las orillas alemanas del lago de Constanza, ambas son consideradas actualmente las más prestigiosas de Europa en su especialidad.

Ya lo dijo T.S. Eliot: «Las tradiciones sin inteligencia no merecen ser observadas». Por eso esta Costa del Sol nuestra es tan especial. Inicialmente fue el fruto de la inteligencia y el trabajo duro de muchas personas, tan clarividentes como honestas, que pensaron primero en los demás. Como decía el marqués de Nájera: «La honestidad con los demás y con uno mismo no tiene ningún mérito. Es tan sólo cuestión de buen gusto».