Centripetal or centrifugal.., that is the question. Estoy seguro de que si don William hubiera caído en la cuenta, en el perfil curricular del príncipe Hamlet habría incluido un doctorado en física por la Universidad de Copenhague. Este detalle, nada nimio, habría reforzado el to be or not to be... del universal soliloquio del príncipe, brindándole una oportunidad de oro para abundar en los principios de su duda metafísica, usando para ello el vehículo argumental del centripetismo y el centrifuguismo.

Las tendencias centrífugas o centrípetas son parte consustancial del ser humano. Si no, generoso lector, observe cómo en el primero de los casos, nuestra querencia centrífuga, para aparentar lo que no somos, nos empuja a huir hacia afuera de los asuntos, de los sentimientos, de las emociones... con disimulo y fingimiento para que nadie note que huimos de nosotros mismos. Huir de uno mismo es una constante en la sociedad moderna, decididamente más dedicada a parecer que a ser. De hecho, la mayoría de los escenarios sociales parecen estar pensados para facilitar nuestra huida desde nuestro centro íntimo y trascendente hacia el centro despersonalizado de la sociedad que nos transforma empujándonos a ampliar nuestras pantomímicas necesidades hasta límites insospechados.

Basta reparar en cómo la mayoría de las veces ser humanamente social no es más que una mala parodia de nuestra característica connatural de ser animales sociales, y cómo llegamos a ser tan patológicamente sociales que hasta la necesidad fisiológica de alimentarnos que nos impone la Naturaleza llega a verse afectada por la necesidad impostada de tener un bolso de Loewe, unas deportivas de Louboutin, una perfecta nariz respingona o un reloj Breitling Montbrillant 01, por ejemplo. En nuestros días no son pocos los que comen nada o mal por tener una moto o unas hermosísimas mamas caídas hacia arriba, tan respingonas como las narices perfectas.

Aunque no es la norma general, ocurre que la madurez nos frena y algunos afortunados tomamos consciencia de que nuestro centro verdadero está en el sentido contrario de nuestra marcha hasta ese día. Y decidimos rectificar la derrota, olvidar nuestro centrifuguismo patológico y volvernos centrípetos. Y entonces izamos trapo y ponemos proa al rumbo opuesto, es decir, reconducimos nuestro viaje hacia nuestro interior. Y es en este viaje de vuelta que reconocemos nuestro centro verdadero como parte dimanante de aquel centro primigenio, situado en las entrañas de la familia. Nuestros padres son nuestro primer centro, porque sin ellos nuestra eternidad había sido cuestión de pocas horas. Nuestros progenitores, desgraciada y afortunadamente, son los primeros responsables de nuestra inercia centrífuga o centrípeta y de los daños colaterales de la sobreprotección parental centrípeta que nos condicionará a perpetuidad. Pero esto es harina de otro costal.

Las tribus políticas, en las que están incluidas las portavozas a las que se refirió doña Irene Montero, están conformadas por los centrípetos adoradores del centro como puerto de abrigo y por los centrífugos, que ocupan los extremos del escenario. Pero ¿dónde estás el centro en realidad? ¿Allí donde mi amigo Rafa tiene su Café Central, tal vez...? Pues más bien no. El centro político, como rareza, es una entelequia, y como realidad una quimera con ilusorio poder apotropaico. ¿Sería posible disertar con autoridad sobre un ´centro excéntrico´ respecto de la derecha o la izquierda? Pues más bien tampoco. El mal denominado centro político, por más que se refieran a él con la sobrada soltura del mejor buhonero, nunca será equidistante respecto de sus extremos, sino fluctuante cada vez. El centro político no obedece a la fortaleza de una manera de entender la sociedad, sino a la debilidad político-profesional de no haber convencido y, por ello, verse obligados a hacer manitas con la ideología adversaria. La mal llamada política de centro es cosa de centrípetos conversos en tránsito que en cuanto pueden vuelven a su ser centrífugo para huir del centro. La cabra tira al monte. ¡Anda que no!

Las propuestas políticas que nuestro impresentable escenario nos ofrece últimamente solo dan dos opciones: o desternillarnos de risa hasta hipar de júbilo o sumergirnos en un mar de lágrimas y ahogarnos hipando por el indescriptible dolor de la impotencia. Bueno, en realidad, las opciones quizá sean tres. La tercera sería tomarnos en serio nuestra responsabilidad ciudadana y tras analizar las propuestas de nuestros próceres hacerles la peseta abiertamente y sin complejos cuando corresponda.

Uf, solo pensarlo, me alivia...