Hemos leído últimamente la noticia de la demanda presentada por un maestro de escuela francés contra Facebook por haber ésta cancelado hace años su cuenta después de que colgase en esa red social el cuadro titulado El Origen del mundo, de Gustave Courbet.

El cuadro, de pequeño tamaño, exhibe con descarnado realismo un primer plano de la vulva de una mujer, que aparece tendida sobre una sábana sin que vea de ella más que el vientre, un seno y parte de sus piernas abiertas.

Courbet (1818-1977), un gran pintor que se confesaba no sólo socialista, sino también republicano y que participó en el movimiento revolucionario de la Comuna parisina, pintó el cuadro en 1866 por encargo de un diplomático turco-egipcio que residía en la capital francesa.

El cuadro, que perteneció a la colección del conocido psicoanalista Jacques Lacan y está colgado actualmente en el parisino museo d´Orsay, fue ya objeto de polémica hace cuatro años cuando los Correos franceses se negaron a reproducirlo en un sello porque podía «herir la sensibilidad del público infantil».

No era, sin embargo, la primera vez que una pintura escandalizaba a los puritanos: algo similar ocurrió cuando en 1930 los servicios postales españoles emitieron un sello que representaba a la maja desnuda con la leyenda «La Quinta de Goya».

Se dice que incluso el servicio postal de EEUU se negó a llevar a su destinatario cualquier carta franqueada con esa imagen, algo que, aunque verosímil en un país tan puritano como hipócrita, no está, sin embargo, del todo probado.

La censura en el arte tiene en cualquier caso una larga historia: baste recordar que ya en la Roma del siglo XVI se contrató al pintor y escultor Daniele da Volterra para que encubriese las desnudeces más osadas que aparecían en el fresco El Juicio Final, de Miguel Ángel, aunque murió antes de acabar la tarea y serían luego otros quienes tratasen de completarla.

En 1680 se añadieron hojas de parra al famoso fresco del renacentista Masaccio en la capilla Brancacci, de Florencia, que muestra a Adán y Eva desnudos, expulsados del paraíso por un ángel armado con una espada.

Afortunadamente en los años ochenta se devolvió el fresco al estado original con motivo de una limpieza y pudo verse de nuevo el pene de Adán.

El papa Inocencio X ordenó también eliminar con el cincel los miembros viriles de muchas esculturas romanas que había en el Vaticano, y, al igual que harían luego otros pontífices, incluidos Pío IX y León XIII, ya en pleno siglo XIX, mandó sustituirlos con hojas de parra.

Pero lo sorprendente del nuevo puritanismo, ése que se ha fijado en la obra de Courbet, es que resulte compatible con una sociedad totalmente erotizada, en la que el cuerpo de la mujer, y muchas veces también el del varón, se utilizan sólo como añagaza, como invitación al consumo más desenfrenado.