Fue el pasado 9 de febrero. En las páginas de este diario un titular nos avisaba de una noticia importante. A través de un excelente artículo del periodista y escritor de esta casa, el tan merecidamente premiado José Antonio Sau. Si no lo han leído todavía, háganlo. Vale la pena:

Asesores de la Unesco recomiendan a Málaga que renuncie al hotel del Puerto

El titular nos informaba de que «Asesores de la Unesco recomiendan a Málaga que renuncie al hotel del puerto». Así nos lo aconseja el Comité Nacional Español del Consejo Internacional de Monumentos y Sitios (ICOMOS), organismo asesor de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). Una vez más la prensa rinde un inmenso servicio a una sociedad democrática. Como anuncia en su cabecera cada mañana el Washington Post, «La democracia muere en la oscuridad».

He publicado en no pocas ocasiones que sigo buscando argumentos que me convenzan de que la construcción de este descomunal edificio es una bendición para Málaga. No es tarea fácil entender eso. En mi siempre modesta opinión, el edificio sería un hotel absolutamente inapropiado en el emplazamiento menos indicado. Además de su agresiva fisonomía, a caballo entre la escuela gilista y la trumpiana. Aunque Jesús Gil nunca se hubiera atrevido hacer algo así en Marbella, ante una oposición ciudadana cada vez más beligerante. Siento que no me ha sido posible el encontrar argumentos a favor, lo que me permitiría la siempre cómoda postura de navegar a favor de la corriente.

Quizás mi problema son mis anteriores experiencias profesionales como espectador y víctima de la destrucción de valiosísimos patrimonios a lo largo de demasiados lugares de las costas españolas. O por haber pertenecido a los grupos de trabajo para la implementación de la Convención del Paisaje del Consejo de Europa. La misma que España y su Parlamento ratificaron en su día y que no logra calar en nuestras instituciones. O por no poder olvidar las palabras de expertos y maestros, como el escritor norteamericano Paul Theroux en Los pilares de Hércules. En las que nos recuerda que es asombroso el constatar la capacidad de destrucción del paisaje que se puede conseguir con atrevimiento, con mucho dinero y con escasa sensibilidad estética y moral.

El pasado 10 de febrero otra noticia de La Opinión de Málaga me llamó poderosamente la atención. En la página 6 me encontré este titular: «De la Torre insiste en que el hotel del puerto ‘aportará más que resta’ a la ciudad». Leí con cierta consternación el resto de la información. He hecho pública en más de una ocasión mi sincera admiración y respeto por don Francisco de la Torre, el admirable alcalde de la ciudad en la que nací. Incluso he tenido el grato honor de transmitirle personalmente la felicitación de muy queridos amigos en el Consejo de Europa por sus gratas experiencias hace un par de Navidades. En una Málaga que fue para ellos inesperadamente atractiva y apasionante en muchos aspectos. Fue un buen momento.

Admito que me saltaron todas las alarmas profesionales cuando leí esta parte de la noticia: «También incidió (el alcalde) en las ‘ventajas’ del proyecto desde el punto de vista hotelero y de espacio para reuniones, entre otros, lo que a juicio de De la Torre, son ‘significativas’, afirmando además, que ‘captará turismo de calidad y, sin duda ninguna, complementa también mucho el tema de los cruceros que serán de calidad en la medida que está al lado de la estación de cruceros».

Creo que es bien sabido que en esta Costa del Sol nuestra son los hoteles que siempre han respetado escrupulosamente el paisaje y el medio ambiente y las expectativas que éstos generan entre nuestros visitantes, los que cosechan rentabilidades espectaculares. Los que vivimos en la década de los sesenta y los setenta la destrucción y la masificación del primer Torremolinos, entonces una barriada de Málaga, no podemos olvidar las consecuencias económicas y sociales de aquel desastre. Que, como es salutífero recordar, se gestó con tanta ignorancia como avidez en el Ayuntamiento malacitano de aquella época. Y que hasta el día de hoy ha obligado a los habitantes y a las empresas de Torremolinos a un gigantesco esfuerzo para poder ir recuperando lo perdido por el destino turístico que estuvo a punto de ser el más importante de

España.