No soy un experto del mundo editorial, pero cuento con mi propia experiencia. He vivido en mis publicaciones la autoedición, la coedición y la edición. He pasado por todas las fases del proceso. No me lo han contado. Pero a pesar de lo que yo les diga, lo que está claro, lo que es vox populi, es que publicar, que te editen, que apuesten por uno, no es nada fácil. Frente a esta imposibilidad, frente a ese muro que no brota únicamente de la falta de calidad, hoy por hoy, proliferan múltiples recursos y variantes que han conseguido minar el holding de los grandes grupos editoriales que, hasta hace nada, tenían en su poder la sublime decisión de decidir si tal o cual obra era merecedora o no de ver la luz en los estantes del mercado. En nuestros días, las redes sociales o el crowdfunding, verbigracia, se han incorporado como elementos de no poca importancia en este campo. Mucho se ha hablado también de ese complot de los grandes para difamar el engranaje de la autopublicación al objeto de definirla como una fórmula residual para lanzar al mercado las obras que no merecen la pena, las que no han sido marcadas con el visto bueno de los sabios y entendidos. Pero seamos sensatos, tan sólo es necesaria una pizca de sentido común y un análisis serio de la situación para darse cuenta de que la autopublicación no está reñida ni con la calidad ni con el éxito. Como también es cierto que el hecho de que una editorial potente apueste por un determinado producto no implica, necesariamente, unos altos niveles en lo que a la valía de la obra se refiere ni tampoco que ésta vaya a pasar las cribas del respetable público. Además, diera la sensación de que, en este tiempo hostil tan poco propicio a las artes, fueran las pequeñas y medianas editoriales las que hubieran echado sobre sus hombros la responsabilidad de descubrir y apostar por los autores emergentes y por las canteras. Tal es el caso, por ejemplo, de Jesús Otaola. Un híbrido entre librero y editor (Librería Proteo Prometeo y Ediciones del Genal) que aglutina en su persona el conocimiento inmediato y directo de los dos oficios, o de las dos pasiones, según se mire. Un profesional que ha tocado techo vendiendo libros y que, al mismo tiempo, invierte y apuesta por la edición del producto local, descubriendo y mostrando a los nuevos autores y, al mismo tiempo, impulsando a los que ya van haciéndose un nombre dentro del gremio literario. O también, igualmente y por ejemplo, podemos hablar de Esdrújula Ediciones, con Mariana Lozano y Víctor Gallardo al frente del timón. Una editorial granadina que no ha dejado de mantenerse al alza desde su creación y que, precisamente, presentará en la Casa del Libro de Málaga dos de sus nuevas publicaciones: Notas a pie de instante, de Jesús Montiel, y La chica de amarillo, de Juan Domingo Aguilar. Dichas presentaciones tendrán lugar, respectivamente, los días 26 de febrero y 15 de marzo. Y sin embargo, por encima de todo este mundillo de apuestas, pequeños y grandes éxitos, fracasos, axiomas, frases hechas, roces y sueños, sobrevolando todo este escaparate, está el Faquir. Sí, el Faquir, con mayúscula. Sobresaliendo por encima de todas estas variantes está la extraordinaria historia (la real y la ficticia) de Romain Puértolas y El increíble viaje del faquir que se quedó atrapado en un armario de Ikea. Una novela, su primera novela, que, sin esperarlo, desbordó previsiones, rompió fronteras, conquistó el mundo y consagró a su autor, Romain Puértolas, afincado en Málaga, como escritor de talla incuestionable y bestseller mundial. Probablemente el mayor superventas que ha conocido nuestra ciudad. Su Faquir, me atrevería a decir, ha sobrepasado incluso la figura de su autor, lo cual es mucho decir. Y ello porque Puértolas es impredecible, inesperado, un dador de sonrisas de esas que no se pueden esconder. Imaginación, frescura y profundidad en estado puro. Y sin embargo, ese Faquir, su Faquir, ya ha comenzado a volar por encima de él. Se le ha ido de las manos. Es tan del mundo como suyo. No se pierdan la película. Se estrena en primavera.