Francesca Bonazzoli se pregunta en «De Mona Lisa a los Simpson», un sugerente estudio coescrito con Michele Robecchi acerca de por qué las grandes obras de arte se han convertido en iconos de nuestro tiempo, las razón por la que, de todas las esculturas de Rodin, precisamente «El pensador» es la más famosa, del mismo modo que si pensamos en Leonardo Da Vinci enseguida se nos viene a la cabeza «La Gioconda».

Sin embargo, aunque muchos conocen el nombre de Caravaggio, es muy difícil mencionar un cuadro suyo y evocarlo de manera exacta en nuestra memoria. Llevado al mundo del fútbol, está claro que si pensamos en el Barça es imposible no hacerlo viendo la cara de Messi, y si tenemos que citar un jugador del Real Madrid, no hay más remedio que acordarse de Cristiano Ronaldo. Lo mismo ocurre con el París SaintGermain de Neymar, el Bayern de Múnich de Robben, la Juve de Buffon o el Atlético de Madrid de Griezmann, pero entonces deberíamos decir que el Manchester City es como Caravaggio porque todos conocemos al equipo entrenado por Guardiola pero no muchos podrían citar, sin tener que pensárselo mucho, una de sus obras, es decir, un jugador destacadísimo. Y no me parece del todo justo.

De acuerdo, el Barça es Messi, pero también Iniesta y un tal Busquets, un jugador que nunca ganará el Balón de Oro entre otras cosas porque el Balón de Oro no es digno de Busquets. ¿Y el Manchester City? El otro Manchester, el United, es una anomalía porque, a pesar de tener a grandes jugadores en su plantilla, toda la atención se la lleva el pesadísimo Jose Mourinho.

El Manchester City también tiene un entrenador-estrella, pero no al enfermizo nivel que siempre marca Mourinho en sus equipos. Pero lo que hoy quería decir es que me parece increíble que un jugador descomunal como De Bruyne no haya conseguido hacer del Manchester City un Rodin o un Da Vinci. ¿Rodin? «El pensador». ¿Da Vinci? «La Gioconda». ¿El Manchester City? De Bruyne. Y punto. ¿Por qué no es así? ¿Por qué hay jugadores que, como «El pensador» o «La Gioconda», se convierten en iconos, mientras que otros se pasan la vida siendo grandes futbolistas que todos alabamos cuando les vemos jugar, pero olvidamos después del partido? André Malraux decía que los museos no sólo exponen obras maestras, sino que también las crean.

Así, Malraux se preguntaba si «La Gioconda» tendría la misma fama de la que goza hoy si estuviera en un museo de Birmingham, y no en el Louvre. Difícil cuestión, aunque no es del todo aplicable al fútbol porque De Bruyne, por ejemplo, no está expuesto en un museo cualquiera, sino en el Manchester City, que no es el Louvre pero se le acerca bastante.

Es cierto que Mbappé tiene más valor «artístico» desde que juega en el PSG, lo mismo que Coutinho desde que llegó al Barça, pero me da la impresión de que si De Bruyne fichara por el Madrid o por el Bayern no se convertiría en un icono. ¿Por qué? Bonazzoli y Robecchi sostienen que la posición estratégica del la «Victoria de Samotracia» en la escalinata del Louvre ha sido fundamental para su fama, lo cual quiere decir que no basta con que una obra de arte sea expuesta en un museo como el Louvre, sino que además el «dónde» tiene una gran importancia. Habría que decir, entonces, que De Bruyne no sólo necesita un museo a su altura, sino una escalinata desde la que pueda ser visto como los visitantes del Louvre ven hoy a la «Victoria de Samotracia».

Es decir, De Bruyne necesita jugar en el Real Madrid con el 10 en la espalda, por ejemplo. ¿Y qué me dicen de Harry Kane? ¿Cuántos podrían citar al fantástico goleador inglés cuando piensan en el Tottenham, ese equipo-Caravaggio que no acaba de dar el paso icónico? ¿Qué necesita Kane? Es fácil. Si Kane aspira a ser como «El pensador» o «La Gioconda», necesita jugar en el Real Madrid con el «9» de Benzema.

Conclusión: prepara la cartera, Florentino. La escalinata del Louvre necesita una «Victoria de Samotracia» tanto como la «Victoria de Samotracia» necesita la escalinata del Louvre.