Me decía Jose María de Loma -en sus Breves Consejos a un Columnista Novel- que cuando escribes una columna (incluso una columneta) ves la vida en trescientas cincuenta palabras. Supongo que cuando eres alcalde, la vida la ves en términos de gobernación y eso es, desde luego, un no parar. Desde que te levantas hasta que te acuestas estás en el gobernando, y como las madres decían, «en una casa nunca se para, siempre hay algo que hacer». Pues imaginemos en una ciudad como la nuestra, tan necesitada y tan acostumbrada a proyectos pasados, presentes o inexistentes.

Paco de la Torre lleva sus quinquenios atrapado en un gerundio, esa forma verbal que demuestra una acción, pero que no está definida por el tiempo, ni por el modo ni por el número. El gerundio delatorriano es personalísimo y excluyente, convencido de que nadie salvo él va a ser capaz de mantener el gobernando, retroalimentado de afirmaciones como la de «¡Málaga es Delatorrista!», especie de energía peronista que le carga al cien por cien la batería del ego al más templado, le pone la imprescindibilidad a tope de cobertura y ¡hala! ¡a seguir en el machito!..

Y siendo mala en el fondo esa creencia salvífica de sentirse el único, peores son las formas, haciendo de las enigmáticas declaraciones del alcalde sobre si repetirá o no como cabeza de lista del PP en las próximas municipales un nuevo género, no se sabe si del periodismo o del escapismo.

De los muchos calificativos que pudieran acompañar al alcalde, parecía que el de «irresponsable» no le iba a alcanzar. Sin embargo, ante unas elecciones sin mayorías absolutas y en una ciudad en la que hay tanto por hacer, mantener en vilo una sucesión que afecta a la gobernación de esta ciudad lo es y, además, impropio: un alcalde que se aferra al gerundio, pensando que en esa burbuja el tiempo se para, no es una solución, sino un problema para sus votantes y para todos los ciudadanos a los que alcanza ese «gobernando».