La lengua es un sistema con vida propia cuyo máximo anhelo es reproducirse incluso al precio de decir tonterías. Y ahí estamos nosotros para echarle una mano. Usted y yo formamos parte de los circuitos por los que se mueve la lengua como el cobre forma parte de los circuitos por los que se mueven los electrones. Nuestro cerebro vive al servicio de lo que a la lengua se le antoja pronunciar, que por lo general son frases hechas, carentes de significado. Ya saben ustedes: los músicos llevan la música en la sangre o buenos días tenga usted. Lo que en verdad nos gustaría es que a ese tipo al que le acabamos de desear una jornada feliz lo partiera un rayo. El «buenos días», por tanto no significa nada, pero a la lengua, como señalábamos, le gusta reproducirse más que a los conejos. De ahí el tirar la casa por la ventana, el poner la mano en el fuego por Cristina Cifuentes (es un ejemplo), o el no por mucho madrugar amanece más temprano. Los políticos hablan con frases sin sentido porque están siempre con la cabeza en otra parte. La lengua le agradece mucho a Rajoy aquello de «es el alcalde el que quiere que sean los vecinos etcétera». La lengua está enamorada de gente como Celia Villalobos, por lo de ahorrar un euro al mes, o de Dolores de Cospedal por lo del «finiquito en diferido». Digámoslo rápido: la lengua se inventó para significar. Pero una vez que ella tomó el mando esta obligación pasó a un segundo plano.

Escribir (escribir bien, queremos decir) implica por tanto enfrentarse a la lengua. Ponerla en su sitio, lo que no resulta fácil. De ahí las tribulaciones de los novelistas y de los poetas y de los historiadores. De ahí también la existencia de los talleres de escritura. No se puede escribir como se habla. No se pueden reproducir en un cuento los diálogos que mantenemos en la vida diaria con nuestros compañeros de oficina o nuestros cónyuges porque la comunicación cotidiana es un simulacro de comunicación que solo sirve para mantener las ansias reproductoras de la lengua. Todo esto era para invitarles a ustedes a leer con atención los versos patrióticos que acaba de perpetrar Marta Sánchez y para que se pregunten si ha sido ella la que ha escrito el himno o el himno el que la ha escrito a ella.