Esta semana hemos visto en todas las noticias imágenes dantescas propias de una película bélica en el previo de un partido de fútbol. Da igual qué partido fuera. Da igual la competición o los clubes implicados. Realmente da igual hasta el deporte del que se trate. Lo que no puedo explicarme es que esto suceda cuando todo el mundo sabía que iba a suceder. Todas las partes implicadas tenían claro que ese grupo de radicales viene a liarla y que los radicales que les esperan están dispuestos a que se líe. ¿Y qué sucede entonces? Pues que se lía. Y se lía gorda. Algo esperpéntico.

Gente pegándose sin motivo. Sin razón. En medio de la calle donde pasa gente que nada tiene que ver y que pueden salir heridos. Si tienen suerte y salen ilesos de la batalla callejera, lo que nadie les quita es el susto de vivir la experiencia por el mero hecho de pasar por la calle equivocada en el momento erróneo.

¿Consecuencias? Heridos, detenidos, una ciudad sitiada por el miedo. ¿El partido? No sé ni el resultado. No tiene ninguna importancia qué pasó en el campo de fútbol. Y un muerto. Un policía murió por un infarto. Rápidamente salen los dirigentes de turno a decir que las causas de la muerte nada tienen que ver con el incidente. ¿Cómo se puede decir eso? Desde mi punto de vista sí que tiene que ver con la batalla que se estaba produciendo. Imaginaos en qué estado de ánimo se pueden encontrar esos policías que se juegan la vida porque hay una guerra a palos entre dos grupos en mitad de la calle. ¿Y qué va a pasar ahora? ¿Se va a hacer algo? ¿Es suficiente pedir disculpas al día siguiente en el sorteo de la siguiente ronda? ¿Ya está?

Estos radicales rusos ya han sido protagonistas de más altercados tan salvajes como el del pasado jueves en Bilbao. Todos lo saben. Y se les sigue permitiendo viajar a la ciudad donde juegue su equipo. ¿Y quién les paga ese viaje en avión? ¿Ellos de su bolsillo? ¿Seguro? Por mucho control policial que se les prepare, da igual. La van a liar nuevamente. Y no hay derecho a que los aficionados del equipo de casa o lo transeúntes que circulan por la calle paseando tengan que vivir esto.

Pero es que encima le vamos a llevar el Mundial de fútbol este verano a su tierra. Así tienen diversión sin necesidad de montarse en el avión. ¿Quién va a viajar a Rusia como aficionado a animar a su selección sabiendo el percal que te puedes encontrar? ¿Familias con hijos? Es que yo no iba aunque no tuviera hijos. Pues irán otros radicales de otros países dispuestos a participar en la guerra. No sé si será verdad o no, pero dicen que estos grupos rusos se están aliando con los barras bravas argentinos para matarse a palos con los hinchas ingleses. ¡Hasta dónde llega el grado de locura!

¿De verdad se va a permitir que se dispute allí el Mundial con este riesgo? Se conseguirá que la noticia no sea el fútbol, por desgracia.

Por esto ya se ha pasado en una época pasada. Todos podemos recordar las fechorías protagonizadas por los famosos hooligans ingleses cada vez que visitaban alguna ciudad europea siguiendo a sus equipos. Muchas muertes tuvieron que ocurrir hasta que se tomó cartas en el asunto. En aquel momento se fue muy duro. Se sancionó a todo el fútbol inglés. Pagaron justos por pecadores. Muchos enamorados del fútbol de sus equipos se pasaron una larga temporada sin ver a su equipo disputando competiciones europeas. Sin duda que fue una medida drástica pero tremendamente efectiva porque ahora estos seguidores ingleses vuelven a viajar para ver a sus equipos en Europa pero su comportamiento nada tiene que ver con el de entonces.

Aquella decisión posiblemente no fuera del todo justa pero sí que resultó muy eficaz. Repetirla puede ser la opción y que estos equipos no compitan para que no puedan ser seguidos por estos grupos radicales. Pero también los clubes deben ser tajantes y no permitir que gente así les represente. No pueden entrar en los estadios. No pueden ser socios ni simpatizantes ni seguidores. Es un problema de todos y todos deben actuar para erradicar la violencia en el deporte.