Inmersos en una semana blanca -con matices plomizos de lluvia anhelada- y verde, mientras los más pequeños completan por más tiempo el paisaje doméstico y desbordan algarabía por su septenario vacacional, inundando con sus juegos todas las estancias de la casa, los padres se las recomponen para adaptarse a este corto pero intenso período.

No escribir de Andalucía en su día sería como no enviarle una carta de reconocimiento y amor a una madre abnegada en su onomástica. Me dispongo a ello.

Querida madre Andalucía, en la coyuntura confusa que nos embarga en esta época, déjame expresarte unas respetuosas y reservadas palabras: Permíteme decirte te quiero, y sé sin lugar a dudas que, con el devenir de este lapso contrariado por las circunstancias socio políticas y económicas, cada día te querré más.

Perdóname por no saber utilizar los términos adecuados y no lograr hacer sonreír más a menudo a tu leal y generoso corazón.

Te perdono por los hechos que pudieron generar dolor a tus hijos en tu nombre y sin tu consentimiento; por el alejamiento sin cargo que en ocasiones hemos sentido y por esas cosas que están mal sin remedio, pese a todo, entre tú y yo siempre habrá mucho apego.

No menos importante, madre Andalucía, te venero aún más por tu hermosura, tu bella gracia, fortaleza y sabiduría atesorada durante siglos, la cual proyectas a un mundo ignorante de tu historia y sentir a quien seduces de forma única.

Te honro por tu entusiasmo, paciencia, dedicación, afán, vehemencia y perseverancia.

Que tus amaneceres se colmen de prosperidad. Gracias por ser parte de mi. Gracias por tu existencia pasada y futura. Gracias por sentirme andaluz. Gracias por tu vida, este día y todo los días. Feliz Día, madre Andalucía. Tu hijo, Ignacio.