Ahora veo Canal Sur y me he comprado una peluca canosa. La peluca me la pongo a ratos, en casa, para ver si así se me pega algo de la valentía de los jubilados españoles. Quiero arrimar el hombro, sumar mi granito de arena y nutrir la próxima manifestación que convoquen. Por mí, por la memoria de nuestros antepasados, por lo que nos espera. Ya lo tengo todo pensado. Me vestiré elegante, con la seriedad de quien lucha por su futuro, pero nada remilgado, nada pijo, no sea que me confundan con ese otro jubilado, Don Juan Carlos de Borbón.

El grupo de pensionistas perdió el lunes la posibilidad de integrar en sus filas un miembro prometedor, Paco de la Torre. Con lo que me hubiera gustado verle pancarta en alto rompiendo cordones policiales, rodeando el Congreso, así que yo, desde mi insultante juventud, quiero ocupar su plaza y mezclarme por las calles con esas bibliotecas andantes que son nuestros mayores. Ya llegará el día en que comparta cánticos y demandas con el alcalde inmortal. Por ahora, para bien o para mal, decídanlo ustedes, toca esperar.

No es la primera vez que escribo sobre la tercera edad, y tampoco será la última, porque es justo y necesario rendirle homenaje y dar el sitio que merecen a los millones de personas que vivieron una guerra fratricida, salieron de la dictadura e instauraron pacíficamente la democracia que conocemos y, no contentos con ello, hoy son apoyo económico, necesario e involuntario de los suyos. Ellos no entienden de modas, de corrientes, de índices. Ellos saben lo que es la vida, han saboreado el agrio sabor de la fatalidad, por eso se rebelan contra la injusticia de malvivir con cuatro duros, y no podemos dejarles solos. Ellos sacrificaron todo por darnos la posibilidad de afrontar un mundo ingrato con los mimbres necesarios para elegir un camino, algo que muchos de ellos apenas soñaron. Trabajaron duro para forjar un sistema sostenible que garantizase un estado de bienestar para las próximas generaciones, que les asegurase un retiro confortable y merecido, y nosotros, tan anclados a la prontitud y al tanto tienes tanto vales, repudiamos su sacrificio.

El asunto de las pensiones nos afecta a todos. No es cuestión de viejos, es asunto grave y transversal, por los que están y por los que llegaremos. Nos centramos en vivir para trabajar pensando que nunca sufriremos el llanto y rechinar de dientes, que nos sobrará para pagar la luz y la calefacción, que tendremos para repartir entre nuestros hijos, que cambiaremos de coche como de camisa, pero la realidad está ahí, y es bien distinta. Nos la han gritado los mayores a la cara, pero preferimos escuchar nuestro ego imberbe a desoír su contrastada advertencia. Somos así de listos.

Dice el artículo 50 de la Constitución que los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad. Curioso y chirriante concepto ese de la suficiencia económica. Será que la Carta Magna consagra el derecho a sobrevivir, pero para ese viaje no hacían falta estas alforjas, pues no dejar de morir de hambre a tus ciudadanos es lo mínimo que se reparte, digo yo. Mucho subvencionar estupideces, mucho mantener sueldos de políticos innecesarios, mucho rescatar bancos y autopistas, mucho de fuera vendrán que de casa te echarán, mucho clientelismo y servidumbre, mucho complejo, mucho engordar una administración leviatánica y por siempre insaciable. Pero eso sí, den gracias por recibir en pago una suficiencia económica, un suero paliativo que les mantenga y alargue la vida.

El gobierno desgarra el bolsillo de quienes dedicaron sus días y sus correspondientes noches a mantener y sustentar el país, les condena a administrarse el pan y el orgullo, pero nosotros les damos la espalda, no apoyamos su contienda, los abandonamos a una suerte incierta. Si no hacemos algo al respecto estaremos cometiendo la peor traición, la de quien escupe sobre el legado de sus abuelos, y mañana tendremos lo que nos merecemos, la miseria en forma de pensión.

Ellos nos enseñaron a andar, nos pusieron en la línea de salida. Es hora de devolverles el favor. Acompañémosles en su camino, ayudémosles a llegar dignamente a la meta.