Los blaugranas empezaron la temporada entre paréntesis por su inestabilidad institucional y los despropósitos en torno a Neymar, más la inquietante situación de los dos repasos del Madrid en la Supercopa de España.

Aparte, una vez más, el hada fortuna acompañó en esos partidos al campeón, con el autogol de Piqué en el primer gol blanco en el Nou Camp y los dos palos del Barça en el Bernabéu, al margen de los espectaculares aciertos goleadores de Asensio en ambos encuentros. Y para no variar, también hubo lío arbitral por la injusta expulsión de Cristiano, con la funesta consecuencia de su posterior comportamiento, empujando al colegiado, lo que lo ocasionó una sanción de cinco partidos. Pero tal vez ahí empezó a tornar para la Liga el capricho del hada suertuda que decíamos, pues esa larga ausencia del portugués marcó, sin duda, el inicio de la sequía goleadora blanca que a la postre ha dado con sus botas en la pelea por ser segundón.

Desazón social, goles extraordinarios en contra, repasos blancos y suerte esquiva. Pero a tales adversidades sucedieron enseguida las sorprendentes realidades del Barça de Valverde, lo que lo hace aún más meritorio: una trayectoria espectacular hasta sus 68 goles a favor actuales -y más de veinte palos-, y 12 en contra en 25 partidos invictos; líder indiscutible y campeón en ciernes cuando aún restan 14 jornadas, con el Atleti en un segundo puesto despegado y el Madrid a 14 puntos.

Esos números son la primera verdad del equipo de Valverde, que es la segunda. Las otras que inventan algunos forofos son tontunas - ¿cuándo vuelven los goles merengues ya no hay árbitros, verdad?-. Al Barça le pisan poco su área y al Madrid mucho. Ha amalgamado un equipo de ensueño en torno a Messi sin echar de menos al díscolo Neymar, con probaturas que no han desequilibrado su progresión hasta los 65 puntos; solo diez perdidos en cinco partidos empatados.

Empezó con Deuloféu, el único lunar, y después han ido entrando Dembélé, Alexis, Denis, Alcácer o André, a quienes sacó puntualmente del ostracismo, una vez asentados Sergi Roberto en el lateral derecho desde su polivalencia, y Rakitic en el todoterreno. Además, ha sacado un rendimiento relevante a Paulinho, de quien no esperábamos tanto gol, como alternativa potente y de gran llegada en ciertos partidos o relevo de sus intocables para descansos y rotaciones.

Y no quedan ahí sus aciertos. El hueco de Neymar en la banda izquierda ha propiciado el renacimiento de dos de sus jugadores básicos, recuperando a los mejores Alba e Iniesta de Guardiola, infravalorados por Luis Enrique. Solo por este detalle, el fútbol, y el español en particular, debe estarle agradecido. Lopetegui debería poner alguna vela a cualquiera de sus devociones para que lleguen en la forma actual al Mundial de Rusia; podrían ser determinantes.

Y como guinda, ha devuelto la elegancia al banquillo barcelonista, bastante oscurecida con su antecesor asturiano mal encarado, añadiéndole la humildad y discreción que lo caracterizan y sin meterse en los charcos del genio del lacito amarillo -gilipollez supina-, su antecesor en tanta sabiduría, quien pierde con sus meteduras de pata políticas la admirable semblanza que gana como futbolero.

Elegancia, sabiduría, humildad y discreción son dones asociados siempre a los verdaderamente grandes. Y si a tales dones sumara Valverde los éxitos que se vislumbran, ganará un puesto relevante en el sitial de los cimeros históricos del fútbol.

Finalmente, hay otro detalle que indica una particularidad esencial de su equipo. Para marcarle al Barça, una de dos, o son auténticos golazos, normalmente desde lejos, o suelen ser producto de rebotes o golpeos tan extraños como el de un delantero del Alavés en el Nou Camp, quien le dio con la derecha al balón sobre la bota izquierda para conseguir una trayectoria inexplicable hasta para él mismo. Lo que indica que la base de su espectacular juego es una defensa extraordinaria, empezando por los delanteros, interiores y Busquets y acabando en Ter Stegen, con Piqué y Umtiti arrolladores más dos laterales que parecen acordeones, todos con la presión, la calidad, la potencia, la rapidez y la anticipación por banderas.

Si le sumamos la suerte -Londres- necesaria siempre para triunfar, y disponer del mejor del mundo de todos los tiempos en su versión ideal, Messi, jugando, haciendo jugar, pasando, robando, liderando y goleando, se comprenden mejor las verdades reales del Barça de Valverde. Otro equipo para la historia si las refrenda en Europa.