Una especie como la nuestra, cuyo sistema de poder opera depredando la naturaleza para convertirla en basura, sin siquiera gozarla, y se pasa el día matando(se) para mandar unos sobre otros, hace por lo menos legítima la opción antisistema. Por eso son tan respetables los anarquistas y los verdes radicales. Nada que ver con los falsos antisistema, cuyo empeño es crear el caos para imponer su propio sistema de poder, que en la experiencia histórica es claramente peor: mucho más opresivo, igual de belicista, y todavía más destructor de los bienes naturales. Por eso hay que ser muy cuidadoso al hablar de antisistema, para separar el grano de la paja. Hasta hay quien se cree antisistema por estar en contra de la Constitución de 1978; y encima, por si acaso, ni siquiera dicen palabra de cómo sería la suya de recambio, refugiados en una penumbra donde todos los gatos son pardos.