Más allá de la alfombra roja -aunque esta también tenga su semiótica- la lectura del resultado de los Oscar nos muestra cada año el estado químico de la mala conciencia del Imperio del que formamos parte (y cuya existencia hacen posible Hollywood y los Oscar). La de este año ofrece sobre todo el triunfo de la parodia, ya sea sobre la edad de oro del sueño americano (La forma del agua) o sobre los micropoderes en la América profunda (Tres anuncios en las afueras). La parodia no es un género, aunque tenga algo de tragicomedia, sino más bien un registro de voz, o un modo de mirar las cosas -el modo parodia-, en el que lo trágico, visto con un filtro de humor estoico, se disuelve en la mera ambivalencia de la vida. En la parodia nunca hay evasión, sino la voluntad, por un principio de realidad, de ver esta como caricatura. Una caricatura, en cambio, ya no admite parodia (caso de Trump).