No me gustan demasiado las efemérides y menos cuando se trata de cumplir años porque puede uno caer en la melancolía, en los recuerdos que se evanecen como el humo o porque vienen a la memoria personas que ya no están o hechos que, con la distancia de los años, no tienen el mismo color, ni la misma fuerza de cuando ocurrieron. Como dice una de mis nietas menores ya está el abuelo porretas con sus cantinelas y batallitas. Hay, sin embargo, celebraciones y conmemoraciones de las que no puedo huir por más que quiera, sobre todo cuando se está en el principio y origen de las mismas y ve con el paso del tiempo, que se hacen realidad muchas expectativas que en su día uno ayudó a hacer realidad. Me refiero, después de este preámbulo, a los 40 años de la Confederación de Empresarios de Málaga cuando en aquel lejano, y tan cercano, 1977 se puso en marcha. Cuarenta años es mucho tiempo, diga quien diga lo contrario, pero permite contemplar los hechos desde nuevas perspectivas, sobre todo porque nos podemos hacer una abstracción del contexto social, empresarial y político en que la CEM inició su andadura. Y como se suele decir, yo estuve allí. Al principio como periodista y buen conocedor de quien fue su primer presidente, Manuel Martín Almendro que, anécdotas aparte, era un empresario como pocos, con capacidad para intuir el futuro, también como pocos. Se le puede recordar como el presidente de la Confederación de Empresarios de Andalucía (CEA) que dio forma y vida a esta organización que cuando se reunía con los periodistas, con su gracejo y seseo habitual, decía aquello de «lo que voy a decir es on the rocks», por ´off the record´. O que haciendo gala de su impenitente y honrado ser y hacer de derechas, se le llevaban los demonios cuando en el cogote le soplaban los socialistas y no digamos los comunistas. Y es historia en la Transición cuando apareció en rueda de prensa con una manzana con un gusano marxista forma visual de denunciar que Andalucía sería conquistada por las hordas marxistas. Martín Almendro era un halcón dentro de un grupo de empresarios que sin renunciar a su espíritu derechoso ya hablaban de diálogo social, de mejorar las condiciones laborales y de echar cien candados o más a la leyenda, cierta en buena parte, de empresarios caciques explotadores de trabajadores.

Eran los inicios y aquello fue cambiando entre otros motivos porque los trabajadores pudieron organizarse en sindicatos y los empresarios vieron la perentoria necesidad de hacer lo mismo y poder defenderse de las crecientes demandas sociales y salariales o, al menos, poder abrir las espitas para negociar en el mismo nivel. Doy fe de que Juan Jiménez Aguilar sería, antes de irse a Madrid a la CEOE, hábil paladín de negociaciones, a veces eternas, pero donde imperaba el diálogo social, no exento de tensiones pero donde se miraban a la cara representantes sindicales, a veces de dureza extrema tal cual el recordado Paco Trujillo (CCOO) o Paco Valenzuela (UGT), pero que luego se tomaban una cerveza para relajar ambiente y malos humores. De ello puede dar fe Antonio Carrillo, joven economista, al que le nacieron los colmillos sociales y empresariales en un entorno donde se quería enterrar cuarenta años de dictadura, con el proletariado soltando amarras de tantos de silencio y explotación. Tengo a ciencia cierta decir que tanto Jiménez Aguilar como Antonio Carrillo fueron de los primeros empresarios en darse cuenta y obrar en consecuencia cuando Felipe González, el del Pacto de Toledo, se sentaba en octubre de 1982 para regir y gobernar los destinos de España.

Y más directamente, ya como responsable de la comunicación de la CEM (creo que fue la primera institución en tener un gabinete de comunicación y de marketing), recuerdo con enorme orgullo profesional haber dados pasos importantes en la consolidación de esta institución en Málaga con José María Flores como presidente y Javier Ciézar como secretario general. Ya pudiera caerse el mundo, tronar los cielos y caer chuzos de piedra que, allí, en la sede de Puerta del Mar, entre los mullidos sofás, mesas de estilo y cortinajes palaciegos, heredados de Alfonso de Hohenlohe, nadie perdía los nervios, menos la paciencia y la eterna sabiduría de saber que con el diálogo, las eternas noches de debates y de juegos a media noche, sin enseñar los comodines, se podía cerrar un acuerdo para mejorar, en sus justos términos como proclamaba Ciézar, un convenio del textil, de la hostelería y hasta de las comadronas, llegado el caso.

Años intensos, apasionados, donde se valoraba ir por derecho, con el valor del diálogo y paz social como motor de la economía. En aquel ambiente, en aquellos años, sumergido en el magma de la lucha sindical y de la defensa del trabajo y de la empresa dio sus primeros y aguerridos pasos quien hoy es el presidente de los empresarios andaluces y de los malagueños, Javier González de Lara. Perdimos, posiblemente, un excelente marinista pero hemos ganado un presidente de los empresarios honesto y honrado con la verdad que no es poco con los tiempos que corren.