La manipulación es hija de la mentira y patrimonio del cinismo. Dices que te quedas en Suiza porque en España ya te han declarado culpable. Y llevas razón. No hay más que ver los cientos de mensajes que corren por las redes vilipendiándote como si fueras una de aquellas desgraciadas mujeres de Salem que acusaron de ser brujas. El diluvio de información que llueve sobre mojado apenas nos permite divisar el horizonte. Vivimos en una época en que la revolución tecnológica ha propiciado la aparición de millones de informadores, millones de fuentes de comunicación, millones de datos que tan sólo provocan ruido. Todo es válido. La información no contrastada es la reina de la noticia, la trending topic del malentendido y la burla.

Es verdad, Anna Gabriel, todos te han declarado culpable sin esperar al juicio, al igual que a todos esos corruptos titulares de cuentas en los bancos que ahora son tus vecinos. Personas, todas ellas, que aún no han tenido su juicio justo y enmohecen en un pérfido anonimato del que tú no has podido disfrutar. Te has marchado a buscar refugio al país que presume de ser el más ordenado del mundo. Tengo que reconocer que tiene su gracia. Es como si el Conde Drácula se viniese a tomar el sol a la costa. Dudo mucho que en ese país que te acoge, en el cual te imponen una durísima sanción si se te ocurre tirar la basura fuera de horario, se te ocurra okupar una vivienda, proponer una subida de impuestos a los bancos, abogar por expropiar viviendas a los ricos o incluso proclamar una DUI, ya sea unilateralmente o en coalición con algún partido cantón. Te invito a defender con ahínco esas propuestas en la calle, con megáfonos y pancartas, de forma pacífica tal y como lo hacías en España, un país que culpabilizas de antidemocrático.

La presunción de inocencia es una vía de doble sentido. Exiges una justicia que, con tus palabras y actos, privaste a muchos declarándolos culpables. Culpables de amar a su tierra, que es la tierra de sus padres y abuelos. Culpables de reivindicar la historia desechando la mentira que hipnotiza la ignorancia. Culpables de amar el castellano y el catalán, dos lenguas que conviven sin el estigma de pureza de raza. Culpables de ser exiliados en su propia tierra, prisioneros de una política segmentaria. Culpables de haber aprendido del pasado, de conocer que el nacionalismo señala, clasifica, excluye y elimina aquello que no comulga con su verdad. Son culpables incluso de dudar de su criterio por miedo a las consignas que pintáis en sus fachadas. Su culpabilidad tiene la forma cónica de los sombreros que avergonzaron a judíos y comunistas en aquella ignominiosa Núremberg que vitoreaba una cruz gamada mientras Europa miraba de reojo.

Me da igual que seas culpable o no, sólo siento lástima de que la ceguera vuelva a interponerse en el camino de la tolerancia y la concordia. Hubiera preferido que lucharas desde tu escaño contra los que nos roban los impuestos, en vez de eclipsar sus negros bolsillos. Por eso no me afecta que te sientas culpable, que te hayas ido a vivir a una vivienda subvencionada mientras los sin techo aún esperan soluciones, que te hayas cambiado la camiseta y te hayas arreglado el pelo para congratular el gusto de los suizos, que hables en francés para explicar lo inexplicable, y que pidas auxilio a los banqueros que nos quitan la ilusión y los euros.