El pejiguera no es un pesado todo el tiempo. Da la lata a ratos. El rato que aparece, en concreto. No avisa de que viene, y en eso se parece al plasta, aunque el pejiguera no es tendente a sobarte. El pejiguera viene directamente. Y te da el día. Manda whatsapp. Sí, como todo el mundo, pero él en el momento más inoportuno. Pero no es un inoportuno de los llamados inoportunos totales, que siempre lo son. Es un inoportuno de los que aparecen en un momento embarazoso con cualquier tontería.

El pejiguera no es antipático. Si lo fuera no se acercaría con tanta frecuencia. El pejiguera astuto comienza con un asunto muy alejado del que en realidad quiere tratar. Para despistarte. Y así, una vez que te ha comentado que el jueves hay una comida con los amigos, vuelve a insistirte en que tienes que pasarle la ITV al coche. Que te recuerden que tienes que pasar la ITV no es malo. Lo malo es la actitud pejiguera: recordártelo por cuarta vez en el mismo día cuando aún faltan cuatro meses para poder pedir cita. Lo cual, claro, le da pie para un pejiguerismo añadido: recordarte que tienes que pedir la cita. No obstante, conviene aclarar que el pejiguera no es que te taladre el cerebro, lo suyo es el goteo inmisericorde pero disruptivo, tal vez hoy sí y a lo mejor mañana no. El pejiguera nace, pero también se hace. El pejiguera puede heredar tal don y acrecentarlo. O bien, puede ir disminuyéndolo. De hecho, hay gente que cada día que pasa es más pejiguera y otros que van envejeciendo y se vuelven como más tratables, como menos coñazos. El pejiguera, no obstante, dicho sea en su defensa, no te abandona. Llega un plasta y no es de los que ahueca el ala y te deja allí con él. No. Él persiste en darte compañía e incluso puede entrar en franca competición con el plasta. Si a usted le pasa eso, y se ve así, rodeado por un ejemplar de cada una de esas dos especies, huya. Deje la caña, dese media vuelta y lárguese. Ni el plasta ni el pejiguera son dados por lo general ni a desperdiciar líquido ni a correr. Cuando otro día ve al plasta diga que no soporta al pejiguera. Y a la inversa. No se molestará ninguno de los dos. Eso sí, el plasta inquirirá durante tres horas y cuarto, dale que te pego, acerca del por qué de aquella huida aquel día. El pejiguera le preguntará, una vez sólo. Pero al día siguiente, otra. Incluso estarán años después en una piscina tomando un tinto y la brisa, despreocupados y le dirá: ¿por qué huiste aquel día?

Pero claro, si le pasa eso es culpa suya, dado que tener un pejiguera durante años no es un derecho constitucional. Se puede mandar a paseo: oye, tío, déjame en paz. Pero dígalo sólo una vez y con contundencia, si lo dice más de una se estará usted mismo convirtiendo en un pejiguera también. Además, confundible fácilmente, ya lo hemos dicho, con el coñazo. Que tiene otro artículo por sí mismo.