Yo celebro que se ponga nombre a las modestas borrascas, algo reservado antes a los huracanes. Es un rasgo de democratización de la meteorología, pero también algo más. Es como si al ir sabiendo la ciencia más de las cosas renaciera el animismo de la era titánica, cuando las nubes o las rocas eran seres. De la borrasca Felix sabemos (traduciendo términos técnicos) que tiene un carácter fuerte y que va a más, como si su propio enfado le recargara la cólera, en lugar de aplacarse al soltarlo. Al amanecer de ayer la arribada de Félix al Norte dejaba un cielo raro, con las nubes despeinadas y algo desconcertadas, sin ser algodón ni estropajo ni borra, como si hubieran perdido su matriz formal, mientras la luna observaba, curiosa, desde el burladero de un halo neblinoso. Felix hará de las suyas y luego irá desapareciendo, pero eso es algo que lo hace más semejante todavía a un ser vivo.