Desde la retirada forzada de Zapatero, la izquierda española -y ahora puede decirse que la europea- está en una situación de perplejidad y de estupefacción. En España, sus potenciales intérpretes se debaten entre el sueño de un pasado mayoritario y glorioso -caso del PSOE-, la búsqueda del paraguas protector -caso del Partido Comunista en Podemos-, y el dilema de éste por representar al amplio sector de los expulsados del sistema -los jóvenes de aquí y de la emigración-, sin caer, ni diluirse entre los brazos del socialismo.

Un amplio grupo de los intelectuales -historiadores, filósofos, sociólogos, politólogos, humanistas y artistas en general- se debaten también entre su antigua función del ´compromiso´ político, y un escepticismo crítico que lo pone en cuestión todo y que no es sino un síntoma más de la perplejidad y de la estupefacción de la izquierda, a la que tradicionalmente se han sentido vinculados. La apertura inteligente de la derecha española a estos sectores gracias a la política cultural institucional ha llevado el debate sobre la razón de ser y la naturaleza del cambio político a un territorio que bien podríamos calificar de esquizofrénico.

La posibilidad real de un cambio político en España estuvo en la oferta del pacto a tres que hizo Pedro Sánchez en el año 2016 tras las elecciones generales ganadas por mayoría minoritaria por el Partido Popular. El hecho de que fuese inviable forma parte del problema de la izquierda -en ese caso aliada al centro- para poder convertirse en el relevo que afrontara lo que parece ya imprescindible, -la regeneración de la democracia española-, y el inicio de un tiempo nuevo que se ha ido haciendo cada vez más necesario desde entonces hasta hoy.

Puede explicarse porqué aquello no era posible -la debilidad orgánica del propio promotor del pacto, el proyecto de suplantar al PSOE de Podemos, la enemistad radical de estos con Ciudadanos-, pero no ha dejado de ser evidente su necesidad a medida que ha ido creciendo el escándalo de la inmoralidad política del Partido Popular, y han aparecido problemas gravísimos de estado como Cataluña.

El de 2016 era a la vez un necesario e imposible pacto de Estado, un proyecto de regeneración nacional, una respuesta política a la altura de una demanda nacional de decencia política y de confianza ciudadana.

Políticamente la izquierda española estaría obligada a concurrir a un proyecto que sigue siendo necesario y requerido por una amplia ciudadanía, y que debe llegar a la reforma constitucional. Un tiempo de reformas -como el de la Transición- que conecten con la moral cívica y democrática de la sociedad española, y que de paso alimente un cambio similar para la desmoralizada Europa. Que los penúltimos en llegar a las democracias nacidas de la posguerra europea aporten ahora la vitalidad reformista para regenerarlas.

La tarea que en este camino corresponde a la izquierda radical de Podemos -que representa a una parte de la sociedad española radicalizada por los efectos de la crisis y de las políticas sociales del PP- es la de convencer a sus dirigentes y a su base electoral que cada generación debe cumplir su tarea histórica, y que ello suele conllevar su sacrificio. Que una transición en paz, un cambio histórico fructífero y sin traumas, ha sido siempre fruto del pacto y el consenso. Y cambiar en consecuencia, el uso del pasado, y el espejismo intelectual de que la historia pueda volver atrás, y trasladarse a 1975 para hacer la, según ellos, verdadera y justa Transición.

Y la tarea que tiene por delante el Partido Socialista, la más relevante en su caso, no es tanto de un cambio teórico como orgánico, interno. El problema más importante que tiene que afrontar el PSOE es el de su conversión, de nuevo, en una organización cohesionada, unida, en la que las partes contribuyan a dejar de serlo, y fortalezcan el conjunto, el todo. El confederalismo de hecho que se ha instalado en un partido que nació federal, es tan peligroso para el socialismo como el independentismo para el nacionalismo catalán. El PSOE no parece haber superado la herida de su profunda crisis orgánica de 2016, lo que hace especialmente grave y decisiva la que afecta a las relaciones de Andalucía con el conjunto. Los socialistas necesitan un pacto nacional que vuelva a convertirlos en un referente sólido, eficaz e intelectualmente rico, para el amplio sector del electorado progresista español. Si esto no fuese posible, los socialistas tendrían un problema grave, y su sustitución por una nueva izquierda no sería una posibilidad descabellada.

Que la izquierda pueda llegar a cumplir estos objetivos depende en realidad de que pase de la construcción de ´relatos´ -la palabra y el concepto más dañino de esta época que ha convertido la política en metapolítica y la ha secuestrado de la calle para meterla en las tertulias-, a la elaboración de ´discursos´, a la búsqueda y transmisión de ideas. Las ideas, y su conversión en discursos acordes con ellas, podrán conectarla de nuevo con una ciudadanía siempre abierta a los cambios de progreso. Porque, aparte de sus fallos, lo que hizo posible la Transición, y lo que la puso en manos de políticos reformistas sinceros, lo que ha hecho de España un país moderno hasta la llegada de la gran crisis, fue la carga moral que transmitía la sociedad española, y su interpretación por los partidos de la transición. Sin esa carga moral -tan distinta de la resignación que se aprecia hoy-, sin su compleja interpretación, sin el sacrificio de algunos de sus ideales máximos, la izquierda española nunca podría haber llevado a cabo la tarea de convertir la democracia en una democracia social. Y esa es, a fin de cuentas, la tarea que tiene por delante hoy si es que quiere cumplir la función histórica que se espera de ella.

*Fernando Arcas Cubero es profesor titular de Historia

Contemporánea de la UMA