Sin el suficiente amparo mediático, porque pareciera que platicar sobre comics, series y universos de fantasía fuera mentar un género menor, Málaga acogió la segunda convocatoria de la Freakcon hace tan sólo unos días. Estamos hablando de una concentración anual que, no lo duden, tiene su público. Yo no me considero un friki al uso, aunque si me preguntan por ahí siempre digo que sí, por aquello de no discutir. Pero lo que sí reconozco siempre y abiertamente es que soy un clásico. Cuando hablo del tema, a la postre, siempre desemboco en la Tierra Media. El imaginario de Tolkien recoge entre sus alegorías un amplio arco de eventualidades, enseñanzas y evoluciones a las que el ser humano y las sociedades se vienen enfrentando desde que el mundo existe. Todo esto, aunque les resulte forzado, y esto se llama curarse en salud, trae a cuenta relacionarlo con la reciente manifestación feminista del pasado ocho de mayo. Un acto sin duda necesario a niveles de proclama pero necesitado de un subsiguiente salto cualitativo en lo que a medidas reales y efectivas se refiere. Las musas están muy bien, pero también hay que lanzarse al escenario. Porque hablar de feminismo, entendiendo como tal el movimiento que busca la igualdad entre hombres y mujeres, es una fase del proceso pero no su final. El apogeo del ideal feminista, no lo olviden, debiera concluir con su total erradicación por carencia sobrevenida de objeto, como dicen los civilistas. O lo que es lo mismo, porque ya no haga falta. Una evolución hacia la utopía que podemos materializar y personalizar, como les refería antes, a través de las representaciones femeninas de la Tierra Media. Y es que la eterna lucha de la mujer por ocupar el estado que legítimamente le corresponde siempre parte de un contexto de desequilibrio. Tal es el caso de Arwen, hija de Elrond, señor de Rivendel. Un personaje femenino de altísimo linaje pero cuyo papel en la saga literaria se limita a aguardar con paciencia el triunfal advenimiento de su prometido y tejer el estandarte real. Hoy por hoy, mujeres en la sombra, con un tremendo potencial vetado por el único hecho de serlo, las hay hasta perder la cuenta. Si diéramos un paso más en esta hipotética línea histórica que representa la lucha de las mujeres por alcanzar lo que legítimamente les corresponde, referenciariamos a Eowyn, sobrina del Rey Theoden de Rohan. Un icono que quiebra lo políticamente correcto para entrar en discordia en el feudo de los hombres. De no ser por ella, por su paso al frente, no se pudiera haber contado entre las bajas del enemigo la del tenebroso Rey Brujo de Angmar, por ejemplo. Pero no se confíen. Al final, el entorno y el peso de lo socialmente establecido la dirigen de nuevo hacia una situación similar a la de nuestra primera dama, esto es, ser esposa en la sombra del Senescal de Gondor. Nos queda un penúltimo paso, el matriarcado. Un estado de superioridad y tensión continua donde pareciera que el hombre es el enemigo. Una tonadilla o tufo que se respira en ciertos entornos parciales ligados a las manifestaciones del pasado ocho de mayo y cuyo reflejo es Galadriel, señora de los Noldor. Una mujer elfa que, a pesar de estar casada con un marido de más alta cuna, reina, hace y deshace todo aquello que se le antoja sin contar con su legítimo compañero. Un matriarcado impuesto que, siempre a la defensiva, vuelca y traslada el originario desequilibrio hacia el otro extremo de la balanza. Queda, quizá, la opción por la igualdad real. Un paso que incorpore a la patria el término matria, como defiende el poeta Manuel Salinas. Una sana intención por cogernos de la mano y caminar juntos, como Beren y Lúthien. Dos héroes de la épica de Tolkien que representan el culmen de la complementación y la igualdad entre hombres y mujeres, aptitud que les lleva a ejecutar las más grandes azañas de la épica de la Tierra Media. Una igualdad tan absoluta, tan equilibrada, que ni siquiera toma conciencia de su realidad. Y es que así debe de ser, como les decía antes. Carencia sobrevenida de objeto, como dicen los civilistas.