Sí, hubo una época en que admirábamos tanto a Cataluña, ese pequeño trozo de nuestra curtida piel de toro que representaba para muchos jóvenes de entonces la modernidad.

La modernidad de un país por fortuna tan próximo a la frontera de la dulce Francia, que había sólo que cruzar para ver películas que estaban a este lado prohibidas por un régimen tan cruel como casposo.

Un país con una capital hermosa y antigua al tiempo que abierta a Europa, de donde nos llegaba lo mismo el eurocomunismo de un Enrico Berlinguer que el cine de Visconti o Pasolini.

Con su propio movimiento de cine de vanguardia, la conocida como Escuela de Barcelona, cuyos creadores -Ricardo Bofill, Joaquim Jordá, Pere Portabella, Vicente Aranda- y sus musas como Serena Vergano o Teresa Gimpera frecuentaban el mítico Bocaccio.

Yo trabajaba entonces en Triunfo, aquel semanario que tanto hizo desde una izquierda plural y laica por la democracia española en la última etapa represora del franquismo.

Y a nuestra redacción llegaban no sólo las principales revistas europeas como Le Nouvel Observateur o la italiana L´Espresso, muchos de cuyos artículos yo me encargaba en traducir para los lectores españoles, sino también con cierta asiduidad los intelectuales catalanes que colaboraban también en sus páginas.

Me refiero a gente como Manuel Vázquez Montalbán, Manolo para todos nosotros, el valenciano de origen Muñoz Suay, el cristiano marxista Alfonso Carlos Comín, el inolvidable Luis Carandell, el fotógrafo Xavier Miserachs, la dulce feminista, prematuramente fallecida Montserrat Roig, y tantos otros.

Barcelona era también por aquel entonces el mayor receptáculo de talento literario con autores como García Márquez, Donoso, Sergio Pitol, Bryce Echenique, Vargas Llosa y sus colegas catalanes como Carlos Barral, los Goytisolo, Marsé, Castellet y tantos otros.

Todo lo cual fue posible no sólo por el ambiente bohemio y de libertad de la ciudad, sino también por la existencia de una potente industria de grandes y pequeñas editoriales como Planeta, Plaza & Janés, Anagrama, Tusquets o Seix Barral.

Da verdadera pena cuando uno piensa en todo aquello - sin olvidar por supuesto los hombres y mujeres de la ´Nova Cançó´ - y ve en lo que parece haberse convertido esa Cataluña que tanto admiramos un día y de la que incluso tanta envidia sentíamos muchos.

Una Cataluña, la actual, enredada en su propio laberinto por culpa de unos políticos tan intrigantes como mediocres, que parece sólo mirarse al ombligo y que tan lejos se nos antoja aquella otra, tan progresista y abierta al mundo, de nuestra juventud.