La manera como se reconoce y, de paso, se vigila a los ciudadanos depende del país que estemos considerando. Los anglosajones, es decir, Gran Bretaña y los Estados Unidos, no emiten carné de identidad alguno, ni con fotografía ni sin ella, poniendo de manifiesto que les importa un pimiento disponer de ese tipo de control.

Otra cosa es cuando hablamos de los extranjeros y, así, cada vez que llegas, por ejemplo, al aeropuerto de Chicago, o de Nueva York, o de Los Ángeles, o cualquiera de los del gigante americano, te comprueban las huellas digitales de los diez dedos de las manos. No sé qué le debe suceder a un manco, si le perdonan la mitad del control o le impiden la entrada. El reino de España, por el contrario, obliga a sacarse el denominado documento nacional de identidad aunque, si no recuerdo mal, con una sola huella: la del pulgar y con la fotografía en la que sales siempre con cara de sospechoso.

No creo que con el carné de identidad aumente gran cosa la seguridad ciudadana pero, al menos, el documento sirve para que te dejen entrar en los aviones. Acabo de leer que China se plantea utilizar como control de la ciudadanía la red social Facebook. Doy gracias a los cielos por no ser chino ni contar con la nacionalidad de ese país porque carezco de perfil en Facebook y no tengo intención alguna de remediar ese defecto de carácter. Pero la noticia hace pensar acerca de los abusos que se están llevando a cabo por parte de quienes mandan -los gobiernos y los bancos en muy primer lugar- de la mano del advenimiento de las nuevas tecnologías.

El teléfono móvil, por ejemplo, es necesario para poder hacer algunas gestiones respecto de tu cuenta corriente y de nada sirve argüir que uno carece de semejante artilugio. Aparte de mirarte con ojos de sospecha, porque también he leído que hay ya más móviles que habitantes en el planeta y quizá el oficinista piense que eres un extraterrestre bajo disfraz, se acaban ahí las opciones. Sin móvil, celular o como quiera que se le llame a ese aparato en el país en cuestión, no eres nadie. Sin Facebook, no existes, y ahora puede que incluso de manera oficial. Hay dos tipos de personas que están al margen del mundo de la postmodernidad hasta el punto de carecer de los privilegios bendecidos por las nuevas tecnologías: los ancianos y los raros.

No se sabe aún, claro, qué sucederá cuando los actuales adolescentes lleguen a jubilados pero el número de los ancianos actuales que, en su infancia, no tenían ni televisión, es muy grande. ¿Habrá que esperar a que se mueran para que el mundo pueda seguir adelante con los valores postmodernos como bandera o es preferible aplicarles la eutanasia preventiva? Con los raros, no queda duda alguna: al paredón, que suponen por añadidura un peligro de contagio.