En pleno subidón del 8 M, sumamos y seguimos. En el transcurso de una conferencia sobre televisión, los productores de la famosa serie The Crown acaban de reconocer que la actriz Claire Foy, que ha encarnado a Isabel II en las dos primeras temporadas, ha ganado menos dinero que el actor Matt Smith, que interpreta a€ premio para quien diga en dos segundos el nombre del consorte de la monarca del Reino Unido. El tipo en la sombra durante los 65 años que ésta lleva ostentando la jefatura de la mancomunidad de naciones, rompiendo todos los récords de resistencia en un trono. El del sombrero alto, siempre un paso por detrás de su majestad por recomendación del rígido protocolo británico porque la que manda es ella, retirado de la vida pública a los 96 años. En efecto, Felipe de Edimburgo ha pintado lo mínimo en la historia contemporánea, pero su trasunto en la pequeña pantalla merece cobrar más que la compañera que representa a la reina, cabeza de dieciséis estados soberanos. Un personaje de reparto en la vida real protagoniza las nóminas en la ficción, aquí convendría colocar unas risas enlatadas. No digo yo que resulte fácil ponerle piel y huesos al caballero que ha tolerado con flema y a su pesar el papel de comparsa históricamente reservado a las mujeres, entre el público mientras su señora se dirigía al parlamento y a la nación, en el campo mientras ella asumía errores y apechugaba con su annus horribilis, anfitrión de las primeras damas. Sin embargo, de ahí a considerar que su papel ha de ser mejor remunerado que el de la protagonista absoluta de la exitosa serie de Netflix, que borda su interpretación del icono mundial que es la monarca británica, media un abismo. The Crown es un producto audiovisual carísimo que ha perdido en imagen lo que se ahorró escatimando a su estrella.

El caché de Matt Smith resulta superior al de Claire Foy por su fama anterior, porque tendrá un representante más sagaz, o porque no es año bisiesto, quién sabe. La brecha salarial responde a una inercia de la que nadie se hace responsable, que se considera un error contable inapreciable en la vida real o una exageración feminista, así que no se enmienda. Suerte que en el mundo del espectáculo se han comenzado a destapar las clamorosas injusticias que llevaron a Ellen Pompeo, protagonista de Anatomía de Grey, a plantarse porque cobraba menos que su compañero, igual que Charlize Theron respecto a Chris Hemsworth en la película Blancanieves y la leyenda del cazador. En House of Cards. Robin Wright exigió ganar lo mismo que Kevin Spacey, lo logró y gracias a eso la productora ha podido afrontar la última temporada del drama político sin su protagonista masculino, proscrito por el escándalo de las denuncias de abusos sexuales.

Trata bien a una mujer, y ésta te salvará el culo cuando llegue el momento. Un ataque de hackers a Sony permitió saber que en La gran estafa americana, Christian Bale y Bradley Cooper recibían remuneraciones superiores a las de las también oscarizadas Jennifer Lawrence y Amy Adams. El filme hacía honor a su nombre. El mismo margen de arbitrariedad se da en todos los trabajos, amparado por el anonimato y el secretismo que gobiernan los departamentos de recursos humanos. Cuentan que Felipe de Edimburgo se niega a ver The Crown, que tuerce el morro y considera «ridícula» la mera idea de sentarse delante de la tele a deleitarse con un producto que ha enamorado a millones de espectadores. En el polo opuesto, Isabel II se ha declarado fan incondicional de una ficción sobre su vida que le vino recomendada por su hijo Andrés. O sea, que con el menosprecio a la actriz principal se está insultando de paso al público fiel.