Kim Jong-un, el tirano de Corea del Norte, no es un loco. En pleno régimen de sanciones por su política de construcción de bombas nucleares, cuando su aislamiento desafiante y provocativo parecía mayor, ha aprovechado para mover ficha la elección de un nuevo primer ministro en Corea del Sur, Moon, sabiendo de su deseo de normalizar relaciones. Y consiguió permiso para que sus atletas participaran en los Juegos Olímpicos de Invierno desfilando junto con los atletas del Sur bajo una bandera común. Luego envió a su hermana a la ceremonia de apertura, donde se la pudo ver sentada muy cerca de un visiblemente incómodo vicepresidente estadounidense. Parece que norteamericanos y norcoreanos no se dirigieron la palabra, pero sí debieron hablarse entre coreanos porque poco después una delegación de Seúl viajó a Pyongyang donde fue recibida por todo lo alto por el propio Kim.

Y entonces estalló la bomba: al parecer (Pyongyang no lo ha confirmado) Kim les dijo que estaría dispuesto a reunirse con Donald Trump, que en prueba de su buena voluntad no haría más pruebas nucleares por ahora y que además no objeta a las maniobras militares que Corea del Sur y EEUU van a hacer este mes. El mundo se quedó boquiabierto mientras la delegación surcoreana viajaba a Washington para trasladar estas palabras al inquilino de la Casa Blanca. Y más boquiabiertos aún nos quedamos todos cuando Trump aceptó el envite de encontrarse con Kim en un par de meses.

La personalidad de Donald Trump, un macho alfa tipo Putin, le lleva a asumir este tipo de riesgos porque se une a otra característica suya que es el mesianismo: hasta ahora todo ha ido fatal y todo se ha hecho mal, pero afortunadamente ahora llego yo que soy el único capaz de arreglarlo. Y eso es algo que él cree a pies juntillas. Supongo que por su mente han pasado las imágenes de su denostado Obama yendo a Cuba, de Nixon en China con Mao Zedong, o de cuando Reagan aceptó encontrar a Gorbachev. En los tres casos fueron reuniones con éxito y Trump piensa inscribir la suya en esta lista.

Cabe preguntarse por qué, después de ser tan desafiante, se presenta ahora Kim con una rama de olivo en el pico y la razón es a mi juicio triple: en primer lugar las amenazas de Donald Trump, que hay que tomarse muy en serio precisamente por su carácter voluble, irritable y dado a prontos impredecibles. En segundo lugar por el efecto que están teniendo las sanciones de la comunidad internacional sobre la débil economía de Corea del Norte y, muy en particular, las restricciones de petróleo decididas por China que hubieran parado la poca industria que tiene. Y en tercer lugar está el hecho no desdeñable de que a diferencia de su padre y abuelo, a Kim Jong-un parece preocuparle el desarrollo económico de su país y quizás también la mejoría del nivel de vida de sus habitantes. Quién sabe. Su abuelo Kim Ilsung (el Gran Líder) lanzó en los años 50 una campaña que exigía a sus súbditos donar al Estado dieciocho horas de trabajo diario... gratis, y en 1991, en medio de una terrible hambruna, les pidió hacer solo dos comidas al día. Y cuando murió su padre Kim Jong-il (el Querido Líder), un sátrapa que mantenía en campos de concentración a millares de norcoreanos, se anunció oficialmente que también los pájaros lloraban (quizás fuera de hambre). Por contra, el Brillante Camarada, como se conoce a Kim Jong-un, adoptó a poco de llegar la filosofía Biungyin que exige buscar al mismo tiempo el desarrollo económico y la nuclearización militar. Y de hecho la economía norcoreana creció un 3,9% en 2017 (o eso dicen ellos). Hablar de bienestar de la población como hace Kim Jong-un es una novedad a la que no prestamos suficiente atención desde occidente, preocupados como estamos con tantas pruebas nucleares, tantos misiles y esos espeluznantes desfiles de autómatas fanatizados, no exentos de la misma trágica belleza que tenía la parafernalia nazi retratada por Leni Riefenstahl.

Pyongyang y Washington llevan siete décadas enfrentados y sin hablarse y eso nos ha llevado a un riesgo de guerra muy alto, con Trump amenazando con «destruir» a Corea del Norte desde la tribuna de las Naciones Unidas. Pero sin mucha preparación previa, una reunión de como la que ahora se propone es muy arriesgada porque queda todo al albur de la química entre dos personajes, en este caso particularmente ególatras e impredecibles, y las posibilidades de que no se entiendan son muy altas. Y si no se entienden el margen posterior para la diplomacia se estrecha mucho. Pero hay también otras razones que la complican aún más como que Trump quiere con Corea un acuerdo mejor que el de Obama con Irán y eso no es fácil, y porque si reniega de ese pacto nuclear con Irán le quita razones a Kim para pensar que cumplirá el que haga con él. Además, si todo va bien solo abriría paso a ulteriores negociaciones mientras que si va mal complicaría aún más el escenario actual. Y, finalmente, porque cuando Trump negocie deberá tener en cuenta las propias líneas rojas y también las de Seúl, Tokio y Beijing. Sinceramente no veo a Donald Trump capaz de hacer encaje de bolillos.

Si al final la reunión se produce, yo les recomendaría que para romper el hielo hablaran de sus respectivos peluqueros...

*-Jorge Dezcállar es diplomático