Escribo esto mucho antes de que comience la sesión de investidura de Jordi Turull, un reto que proseguirá mañana, cuando comparezca en el Supremo. Querría imaginar este libreto: Turull hace un discurso conciliador, en el que, sin renunciar a la independencia a largo plazo, plantea la necesidad de gobernar en el marco autonómico, y de cumplir la Ley aunque no guste. Resulta elegido. Mañana el juez Llarena, al decaer el riesgo de reincidencia delictiva, no toma medidas. Comienza así una etapa difícil, como lo es siempre una convalecencia, en la que todos van caminando por el filo del cuchillo, evitando más daños, hacia cierta normalización, o cronificación, o sutura (el nombre al gusto), mientras las sociedades catalana y española empiezan a respirar aliviadas, a relajar belicosidad, y, en ese nuevo marco emocional, a hablarse, que es la premisa para hablar. Soñar no cuesta.