Cuando el turismo empezó a apuntar maneras como actividad facilitadora de riqueza y progreso para la Costa del Sol, la consigna in pectore, debió ser algo así como ´que quepan todos, cuantos más mejor...´. Aquel ´todos´, utópico entonces, resultó ser el principio insaciablemente lujurioso en el que se ha venido sustentando el ´cuantos más mejor´ que ya empieza a afectar a nuestros destinos turísticos, en algunos casos, con mal pronóstico.

El fenómeno turístico es una realidad que precede a la actividad profesional turística. Primero fueron los forasteros. Después los turistas, que fueron el resultado de la mutación producida por sucesivas progresiones del número de forasteros. Tanto los unos como los otros deciden visitar y/o vacacionar en un determinado lugar por los atributos que este ofrece. El clima, el exotismo, la gastronomía, el folclore, el arte, la cultura, la hospitalidad, el paisaje, la naturaleza... son, en primer lugar, las características que mueven a la decisión del turista, que se verá apoyada y fijada, en segundo lugar, por la calidad de los equipamientos turísticos, las capacidades de garantizar experiencias inolvidables, las facilidades de acceso y desplazamiento, la distancia desde el punto de origen...

Lo que hoy pretendo compartir con usted, generoso lector, es que, excepto en el caso de los destinos especializados construidos ex profeso -léase Las Vegas, por ejemplo-, un destino turístico nace y crece, en primera instancia, por lo que es, es decir, por su identidad labrada a lo largo de la historia, por sus raíces y sus tradiciones, por sus capacidades naturales y por la calidad de las gentes que conforman la sociedad de acogida del destino. La suma de estos atributos constituye el todo de los elementos diferenciadores inimitables de ese destino turístico. Todos los demás atributos son imitables, y, casi siempre, mejorables. Valgan dos ejemplos: ¿Cuánto tardarían todos los habitantes de Nóvgorod en aprender a ser gaditanos? ¿Qué le impediría a Nóvgorod tener mejor oferta hotelera o museística que Cádiz en un plazo razonable?

Llegado a este punto, se me ocurren unas preguntillas inocentes:

Desde aquel primigenio ´que quepan todos, cuantos más mejor...´, ¿estamos seguros de haber trabajado específicamente para sostener nuestros atributos diferenciadores? ¿Conocemos qué significa ´cuantos más mejor´ en cifras? Y, ojo al dato, ¿tenemos en cuenta el respeto debido al bienestar de la sociedad de acogida cuando peroramos sobre la capacidad de carga de nuestros destinos?

Para el que escribe, la respuesta es clara: ocupados en el ´cuantos más mejor...´, no hemos sabido sostener los atributos diferenciadores que nos hicieron posible. Nuestra historia está intacta, porque nuestros brazos no logran alcanzarla, por ahora, pero todo se andará... De nuestras raíces algunos nos hemos olvidado, tanto, que muchos de nuestros hijos no las conocen. Nuestra identidad ha mutado de manera tal, que, por poner un ejemplo facilón, ahora disponemos de menos tabernas y/o tablaos que de pubs irlandeses, eso sí, algunos con tan sobrada originalidad que ya la quisieran para sí algunos de los pubs del Temple Bar dublinés. Hemos descuidado sobradamente la influencia de los flujos turísticos en la vida y los ritmos de la sociedad de acogida de nuestros destinos y empezamos a estar seriamente expuestos a situaciones indeseables que podrían tener mala solución. En síntesis, procurando ofrecer lo que ´el cliente demanda´, nos hemos olvidado de seguir siendo, mientras crecíamos. Y una cosa no está reñida con la otra.

Que a estas alturas de nuestra madurez turística andemos discutiendo por un hotel-pirulí, como el que se propone en el Morro de Levante del puerto de Málaga, nos declara indubitadamente cecucientes, tanto por no vislumbrar que la naturaleza de la inversión del engendro solo se justifica por razones extraturísticas, como por no ser conscientes del golpe que se inferiría al perfil paisajístico que identifica a Málaga capital. Málaga no es Dubái, ni el proyecto malagueño es el dubaití.

En estos días en los que tantos manejamos con insolente e insolvente soltura constructos imposibles como el de ´inteligencia turística´, ¿por qué no serenarnos un poquito y escuchar a Thomas Mann cuando aconsejó no hacer deprisa lo que es para siempre, y a Sartre cuando nos regaló aquello de que habremos de ser lo que hagamos con aquello que hicieron de nosotros?

No sé, quizá, de esta manera, hasta pudiera ser que los que reciban nuestro testigo encuentren razones suficientes para sentirse orgullosos de nosotros, y para recordarnos con agradecimiento...