Los Estados Unidos de Donald Trump y la Rusia de Putin compiten por el suministro de gas a Europa, soterrada guerra comercial, pero también geostratégica que enfrenta a varios miembros de la UE.

Con Alemania como principal aliada en el proyecto, Rusia aspira a aumentar sus exportaciones de gas natural a la UE con la construcción de dos nuevos gasoductos: el que transcurre por el Báltico y el del Mar Negro.

Estados Unidos, por su parte, quiere aprovechar las especiales relaciones tejidas últimamente por Trump con varios países de la Europa central y del Este, para vender su gas procedente del fracking.

La idea de Washington es convertir a Polonia, su principal aliado en la zona, en centro de distribución energética de Europa central en el marco de la llamada iniciativa de los tres mares, que reagrupa a doce países de la Europa central y del Este (1).

Es en el contexto de esa guerra comercial como hay que ver las sanciones económicas decididas por Washington contra Rusia, que podrían servir para torpedear los dos proyectos gasísticos que interesan a Alemania, pero que tropiezan con el rechazo de varios de sus socios.

En la construcción del gasoducto del Báltico (Nord Stream 2) participan, junto a la rusa Gazprom, varias empresas europeas como las alemanas Uniper (antes EON), y Wintershall (filial de BASF), además de la británico-neerlandesa Shell, la austriaca OMV y la francesa Engie.

El Gobierno alemán califica ese proyecto de económicamente interesante, pero a pocos se les oculta que hay también detrás del mismo, como ocurre también con su rival estadounidense, intereses geoestratégicos.

Incluso algún eurodiputado conservador del partido de la canciller Angela Merkel, como el veterano Elmar Brok (CDU), no cree oportuno que la UE, que importa ya de Rusia aproximadamente un tercio del gas natural que necesita, vaya a incrementar todavía más su dependencia energética de ese país.

Mucho más contundente aún se ha mostrado el primer ministro eslovaco, Robert Tico, que ha llegado a acusar de ´traición´ a Alemania, como hizo ya Polonia cuando comenzaron a colocarse las primeras tuberías en el Báltico.

Del mismo modo, aunque en sentido opuesto, con sus sanciones contundentes a Rusia por la anexión de la península de Crimea, Estados Unidos aspira a chafar a Rusia una parte de sus negocios gasísticos, fiel a su lema de ´America first´.

El segundo objeto de disputa entre el Kremlin y la Casa Blanca es el proyectado gasoducto que transportaría gas a la UE desde el sur de Rusia, pasando por el Mar Negro y Turquía, en sustitución del finalmente abandonado South Stream.

De igual modo que el Nord Stream evita el paso del gas ruso por Polonia y priva a este país de importantes ingresos, ese segundo gasoducto - bautizado Turk Stream- dejaría de lado a Ucrania, país con el que Moscú mantiene un importante contencioso desde el invierno de 2008/09.

Los rusos acusaron entonces a Ucrania de no pagar su factura del gas y haber desviado además ingentes cantidades del mismo destinadas a Europa para cubrir sus propias necesidades. A su vez, el Gobierno de Kiev acusó a Moscú de chantajear a Ucrania con sus cortes de suministro.

Espoleada por Estados Unidos, la Unión Europea reaccionó también con sanciones contra Rusia por su ayuda militar a los separatistas ucranianos y se opuso al Southstream hasta lograr que Moscú abandonase finalmente el proyecto aunque luego decidiera sustituirlo por el Turk Stream.

El temor principal de Bruselas es que un solo país -Rusia- no sólo sea origen del gas, sino que además controle las vías de suministro, por lo que propone separar las actividades de producción de las de transporte de energía.

Sus socios de la Europa central y del Este critican que Alemania haya decidido seguir adelante con sus proyectos con Rusia sin tener en cuenta las preocupaciones de los demás. Una cosa es que sea el país más poderoso de la UE, dicen, y otra que pretenda que sus intereses prevalezcan sobre los del resto.

(1) Se trata de países excomunistas de la Europa central y del Este con excepción de la neutral Austria.