Tengo la costumbre de escribir mis artículos en fin de semana y, como madrugo tanto que yo debería ayudar a Dios y no al revés, aprovecho las primeras horas del domingo, cuando todo está en calma y el sol amenaza con despuntar, para hacerme un cafelito y derramar mis meninges negro sobre blanco. Pero este que hoy leen fue parido ayer mismo, martes, por una simple razón. Leí que la estación espacial china Tiangong 1 iba a desbocarse incontroladamente sobre la Tierra en la mañana del lunes y pensé que con la suerte que tengo seguro que me daría de lleno, justo entre la paletilla y las cervicales. Así concluí que para qué escribir nada si iba a morir un día después, aplastado por una turbina de todo a cien, made in China, porque ya es mala suerte que tu último artículo, el póstumo, verse sobre un tema trivial, verbigracia La depauperación del sistema sanitario andaluz, pudiendo dejar un legado indeleble con una sesuda disertación sobre un asunto esencial: El cóctel de gambas, con o sin salsa rosa.

Como soy precavido y me fio lo justo de los chinos dejé pasar el lunes sin escribir. Hace dos días publicaron que el armatoste se desintegró en la atmosfera, sobre el Pacífico Sur para ser exactos, pero yo, que soy muy mío, me pasé el día mirando al cielo, no quisiera el destino que un tornillo descarriado apuntase la proa hacia el Mediterráneo en general y sobre Marbella en particular. Y es que los chinos están que lo petan desde que acogieron al gordito norcoreano, Kim Jong-un, agasajándole con honores de Estado, filtrando imágenes de normalidad bilateral y transmitiendo el mensaje de que no es tan malo el demonio como lo pintan. Pero yo sigo con lo mío, no me fio. Quién te asegura a ti que un trozo de basura espacial no se desvía así, a lo tonto, con el levante, y acaba impactando contra tu chiringuito.

Como para confiar en ellos, porque otro amigo de los chinos y de las intrigas espaciales, Putin, sigue expulsando diplomáticos sin dar explicaciones sobre el envenenamiento de su ex espía, la adhesión de Crimea o su lamentable actuación militar en la región siria de Guta Oriental, donde coincide con otro malvado de índole mundial, Bashar al-Asad. Según la edad que tenga usted, querido lector, puede decidir que se unan al elenco Enrique VIII, Los hermanos Malasombra, el Doctor Maligno o Thanos.

Otro que tal baila y también va a reunirse con el orondo dictador de Pionyang y hasta donde te alcance la vista, my darling, es Donald Trump. Una especie de Jesús Gil, pero sin gracia y con un botón nuclear. El empresario metido a presidente sobrevive a los escándalos sexuales y gubernativos tendiendo cortinas de humo, decretando medidas belicistas y cesando miembros de su gabinete a golpe de red social. Sé que lo de EEUU se llama gabinete porque veo Designated Survivor y Homeland, y porque lo de aquí se llama gobierno o cueva de ladrones.

Trump, el gigantón tintado que bien pudiera haber escrito el libro de autoayuda Haz lo que yo diga pero no lo que yo haga, esquiva sus obligaciones azuzando avisperos gratuitamente para tapar, enterrar y olvidar sus propias limitaciones y un incesante rosario de frentes que se le abren por las cuatro esquinas del globo terráqueo. Hace buena la máxima de la política según la cual la mancha de mora con otra se quita y a otra cosa, mariposa.

Mientras sigo escudriñando el cielo en busca de una tuerca asesina miro de reojo la receta del cóctel de gambas y pienso en este grupo de bellacos. Xi Jimping, Kim Jong-un, Vladimir Putin, Bashar al-Asad o Donald Trump. Vaya equipo de futbito, escalera de color, juerga asegurada. Por su parte, Puigdemont ha querido sumarse al mal planetario dejando su impronta universal desde una prisión alemana con el siguiente tuit: Que todo el mundo lo tenga claro. No claudicaré, no renunciaré, no me retiraré.

Nunca falla, siempre hay un tonto en la pandilla.