Adolfo Gross Garret nació en la ciudad de Málaga en 1921. Era uno de los miembros de la dinastía de los Gross. Fundada por Georg Friedrich Gross, un empresario del norte de Alemania que se instaló en Málaga en los finales del siglo XVIII . Una de las grandes familias de la Málaga cosmopolita, culta y emprendedora de aquel siglo. La del Limonar, la de La Caleta y la de algunos de los pequeños paraísos más bellos del Mediterráneo. Los que tanto sufrieron en la guerra civil. Y los que fueron después víctimas de otra temible ola de barbarie, la de los ágrafos especuladores. Los que compraron tanta belleza por unos platos de lentejas, en las que, como suele ocurrir, no faltaban las piedras.

Con el legado de una juventud mágica (como la de Vladimir Nabokov en San Petersburgo), fue Adolfo Gross un exceptional human being, un ser humano muy especial. Además de ser un descubridor de lugares también excepcionales. Entre muchos otros, Punta del Este y Marbella. Su llegada a esta última fue en 1949. Había viajado a lo largo y lo ancho de las dos Américas. En la de habla hispana y en la del norte, en la que se habla en inglés. En ambas descubrió tantas cosas. Entre ellas la hermosa arquitectura que los españoles de los diferentes virreinatos dejaron allí. También descubrió en Estados Unidos los blue jeans, los tejanos. Y los mocasines. No pocos años después, enseñó ese arte del mocasín perfecto al joven maestro Ribera, un listísimo zapatero del casco antiguo de Marbella. En su afán de crear y proteger lugares maravillosos, levantó un día un restaurante de ensueño en una finca malagueña, llamada Santon Pitar, propiedad de su prima, Tilda Cabeza de Vaca y Garret. Para la mayor gloria de su amigo Eddie Massimov, el hijo del mítico marqués de Nájera, don Ángel Fernández de Liencres. Otro de los grandes pioneros de aquellas décadas prodigiosas. La sociedad de Málaga y la Costa del Sol tuvo allí un punto proustiano de encuentro, precursor de auténticos y posteriores portentos.

A mitad de los años cincuenta, desinteresadamente, volcó su sabiduría y su entusiasmo en el Marbella Club y en las casas en estado de gracia que rodeaban al recién construido hotel de la familia Hohenlohe en la bellísima finca de Santa Margarita, en los pinares de Marbella. Les ayudó con sus consejos y sus ideas, siempre geniales. Decía Sandra Bismarck que de todos los grandes paisajistas y decoradores que llegaron a Marbella en los años primigenios el de más talento y el que dejó una huella más profunda fue Adolfo Gross. Incluso aquellos paisajistas ingleses de aquella época, considerados como los maestros indiscutibles, terminaron aprendiendo de él.

Era Adolfo Gross un correctísimo gentleman español. Impecable en todos los sentidos. Se comunicaba con sus amigos en español, inglés, alemán y francés. En esos idiomas les instruía sobre la historia y la arquitectura tradicional del sur de España, sobre el arte de los jardines andaluces, o los secretos de los mosaicos moriscos o renacentistas, o las maravillosas y casi bíblicas solerías de barro de las casas solariegas. Les ayudaba a encontrar puertas, columnas y rejas en augustos palacios sevillanos amenazados por la piqueta. Aquel gran humanista, de una humildad excelsa, fue siempre uno de nuestros grandes y más generosos embajadores.

Durante mucho tiempo hemos visto la mano y la visión de Adolfo Gross en tantos lugares maravillosos como La Virginia de Marbella o el puerto de Mogán en Gran Canaria. Y sobre todo en La Mariana, probablemente la casa y la finca más bella de las costas andaluzas. Sin duda hubiera sido ésta el legado estelar de Adolfo Gross Garret. Es trágico, pero ésta ya no existe. Pero eso ya es otra historia. Sus antiguos propietarios, el barón y la baronesa Mayrn - Melnhof, construyeron en la finca una villa para su amigo Adolfo. No querían estar lejos de él. Cuando Adolfo falleció en 1984 le preguntó el barón a uno de sus hermanos, el que fuera mi buen amigo, Alfredo Gross: «¿Qué hacemos en Marbella ahora, sin Adolfo?»