He elegido deliberadamente un título que puede parecer en su sintaxis chabacano porque lo es también todo lo sucedido en torno al imaginario máster otorgado a la presidenta madrileña por la Universidad Rey Juan Carlos.

Paseaba en la mañana soleada berlinesa frente a la Universidad que lleva el nombre de Wilhelm von Humboldt, el sabio creador del sistema universitario moderno, y me preguntaba cómo es posible que hasta ahora nadie haya dimitido por tamaño escándalo.

Falsificaciones, explicaciones espurias y mentiras han acompañado al supuesto máster de Cristina Cifuentes desde que estalló el escándalo gracias a las revelaciones de un medio digital que cumplió el papel de investigación y control que corresponde a la prensa.

El espectáculo de la dirección y los delegados del Partido Popular en pleno arropando con sus aplausos en la convención de Sevilla a Cifuentes provoca bochorno y demuestra al mismo tiempo a qué punto de degradación y de corrupción ha llegado el partido que nos gobierna.

No quieren darse cuenta esos señores y esas damas del PP de que una universidad digna de ese nombre no puede ser en ningún caso un cortijo particular sino que debe ser, por el contrario, una institución autónoma, abierta al pensamiento crítico y totalmente transparente en su funcionamiento.

No parece, sin embargo, que siempre sea así, y los medios han criticado una y otra vez el nepotismo, la endogamia y las redes clientelares existentes en algunas de nuestras universidades, donde los méritos académicos cuentan con frecuencia menos que las relaciones personales.

Eso es especialmente cierto, según reiteradas denuncias, en la universidad expendedora del supuesto máster de Cifuentes, un centro creado por el PP y en el que la promiscuidad entre la política y el mundo académico alcanza proporciones de auténtico escándalo.

Hay quien ha llegado a calificar esa universidad de agencia de colocación de familiares financiada con fondos públicos, a juzgar por todos los parientes de políticos, altos cargos del PP y responsables académicos que han encontrado en ella acomodo.

Pero si todo eso, como la ´omertá´ o ley del silencio que parece reinar en ese centro, es bochornoso, mucho más lo es la reacción del PP, que, en lugar de exigir inmediatamente responsabilidades a todos los implicados en el escándalo, vuelve a hacer lo único que sabe: arropar a los suyos y acusar a los otros de conspiración.

Sabe mal tener que hacer siempre este tipo de comparaciones, pero en ningún país serio europeo veríamos a todo un partido de gobierno, con su líder en cabeza, ovacionar a uno de sus dirigentes pillados en un renuncio de tal gravedad como el de la presidenta de la Comunidad madrileña.

Da la impresión de que son tantos los escándalos del PP que sus dirigentes han llegado a la conclusión de que, sólo apoyándose como sea unos a otros, se evitará que, como en el cuento de Andersen, la desnudez del rey quede finalmente a la vista de todos.