Ahora que, por fin, llueve o mejor dicho diluvia (en España, menos mal, pero también en California, donde nos llegaban las noticias) vuelve la cantinela. Por supuesto que hay que llevar agua donde no la hay; ése es quizá el mayor deber y el mejor beneficio para cualquier Estado. Aún no entiendo cómo es posible que la Unión Europea no se convierta ya en la Europa del agua, trasladando los caudales desde donde sobran y se convierten en un problema -el norte europeo- hasta allí donde hacen falta -el sur-. No es solo cuestión de solidaridad, que también, sino de conveniencia para todos. Pero, ya digo, tras caer las lluvias del final del invierno la polémica ha vuelto. Partido Popular y Partido Socialista discrepan acerca de lo que caber hacer para que los regadíos del sudeste de España, aún sedientos, dispongan del agua necesaria. Los populares quieren reactivar los trasvases. Los socialistas, que se construyan más desaladoras.

Como las próximas elecciones generales ya se huelen, y se olerán aún más a la que la Ley de los Presupuestos Generales del Estado encalle en las Cortes, no resulta nada raro que PP y PSOE digan lo contrario. Es un panorama que veremos en los próximos meses aplicado a todos y cada uno de los acontecimientos que vayan apareciendo, con la excepción del gol de chilena de Cristiano Ronaldo en Turín. En España se confunde a menudo la semántica y más aún en el terreno político. Si no nos aclaramos con el significado de democracia y de libertad, ¿cómo íbamos a acertar en lo que quiere decir oposición? En caso de dudas, se tira por la vía directa: oponerse es el gesto automático de decir lo contrario en cualquier oportunidad. Incluso si se trata de cuestiones tan técnicas como la del abastecimiento de agua.

Como comentaba antes, en el norte de California ha diluviado a finales de marzo. Mientras nos caían encima cataratas en el valle de Yosemite, le pregunté a una guía por qué no se llevaba tanta agua a las tierras desérticas del sur. La respuesta fue ejemplar: porque nunca se sabe lo que puede suceder cuando trastocas los planes de la naturaleza. Bueno, algo sí que se sabe; sólo con embalsar el agua de Yosemite, peligra el abastecimiento de San Francisco. Volviendo a España, tanto la desalación del agua marina como el trasvase de la terrestre ponen patas arriba el ecosistema.

Trasvasar es, sobre una decisión política, un riesgo ecológico. Algo habrá que hacer, desde luego, para distribuir mejor el agua ya que los humanos vivimos también en lugares en los que no la hay. Pero antes de pensar en soluciones más o menos mágicas, lo suyo es no desperdiciar el agua disponible. El primer mandamiento de la gestión de los dineros públicos es el de acondicionar las infraestructuras para que no se dilapiden los recursos. ¿Y si comenzásemos por reparar los conductos como mejor forma de tener más agua?