Siempre fui fan de la letra eñe. Ya, desde la temprana edad de ´la pe con la a, pa´, me recuerdo enamorado del mantra ña-ñe-ñi-ño-ñu, y de la cejijunta eñe demostrando que la sinofris también es posible en el mundo de las letras. Las tildes, generalmente, son puntiagudas y/o angulosas, pero la virgulilla de la eñe, no. La onda de su flequillo es suave, como Platero, el de Juan Ramón, que habría sido más tierno y más de algodón si hubiera sido Plateño. O, mejor, Plateña. Estoy convencido de que Plateña habría sido aun más mimosa y tierna, y más fuerte y seca por dentro, como la piedra. Y más de acero y plata de luna que Platero. Grande Juan Ramón se mire como se mire, aunque, insisto, Plateña habría dado más juego...

Hoy la primera eñe del día me ha llegado por intoxicación cifuentina. Doña Cristina Cifuentes ha desnudado su desaliño moral y demostrado que España es un país excesivo. Obsérvese, si no, cómo la señora Cifuentes ha pasado de la más impoluta e integérrima tolerancia cero, a la más recalcitrante descompostura en cero coma un nanosegundo. Los potentes motores de la desmaña de la presidenta, su desaliño argumental y su desaseo de verdad limpia la han desapañado, desacompañado, descalificado y descariñado de amigos y enemigos a la velocidad de la luz.

Demasiados embelecos, demasiados prefijos de negación y demasiadas malas eñes calificaron a la presidenta Cifuentes para que su minuto largo de aplauso en Sevilla fuera sincero. El Gobierno de la Comunidad madrileña estaba añusgado, y con la dimisión de su presidenta ha ocurrido lo que debió ocurrir en el primer acto de la obra. Lamentablemente, otros vendrán que buena la harán, porque la política, independientemente del color del poder que la domina, cría más individuos malos de los que cesa...

Desgraciadamente, ni el desaliño en todas sus vertientes, ni los prefijos de negación, ni tan siquiera las malas eñes son potestad exclusiva de doña Cristina. Ni de la política en todas sus escalas y escalafones, tampoco, aunque tanto tenga que ver la política en ello. Préstese atención, si no, a la primera industria de España y Andalucía, que en demasiados sitios es la única industria.

Nuestra gestión turística -me refiero a Andalucía y a sus provincias- no siempre fue desaliñada, pero solo porque aquellos eran otros tiempos y no por nuestra ´intencionalidad científica´ de entonces. El desaliño de nuestra gestión se viene verificando históricamente de manea directamente proporcional a nuestra veteranía. Un año más, un grado más cecucientes y, por ende, un grado más desaliñados. Visto el asunto con la suficiente perspectiva, nuestra gestión turística ha obedecido más a sucesivas huidas reactivas hacia adelante que a estrategias proactivas pautadas en pos de unos fines aspiracionales basados en las posibilidades reales de cada destino y de los productos que lo conforman.

No es inteligente, ni tan siquiera saludable, mirar a 2028 babeando por los 120 millones de turistas que se prevén que llegarán a España. Solo pensar en la cifra me da repelús. ¿Está alguien seguro de que la Costa del Sol, por ejemplo, tiene capacidad de absorber un aumento de 50% sobre las cifras actuales en 10 años y hacerlo de una manera sostenible? En el universo de los cuerdos, ¿es pensable el crecimiento sine die?

Mientras nuestra valetudinaria madurez ya muestra síntomas, nuestra deformación nos mueve a encajar recurrentemente los hechos en las teorías a posteriori, en lugar de encajar apriorísticamente los planes estratégicos en las teorías científicas. Nuestros costos no permiten competir en precio con los destinos que ya rearrancan, y, sin embargo, la importancia del precio en la decisión es una variable primordial en el turismo de masas.

Sin llegar a la categoría de antañada, somos un destino de masas añoso que lleva demasiado tiempo quedo en la encrucijada entre el ayer y el mañana, además, en falso equilibrio, con las ideas y las estrategias empañadas, y apañándonos para vivir de gañote respecto a nuestro savoir-faire que no habría sido tal si los destinos que empiezan a resurgir con maña no hubieran estados sometidos con saña al castigo por parte del mercado. O sea, también demasiado desaliño y demasiadas malas eñes en la gestión turística.

Y aun así, uno sigue ciegamente enamorado de esa eñe que nuestra Academia, insensible entonces, pretendió arrebatarle hace quince años.

Ña-ñe-ñi-ño-ñu... ¿Suena hermoso verdad?